Cuando el 1 de octubre se emitió el último capítulo de “Amar a morir”, teleserie de las 20:00 horas de TVN, nadie estaba para despedidas ni para discursos de clausuras. Lo cierto es que con esa emisión dejó de estar al aire la última producción del área dramática de Televisión Nacional, y se trasladó a la pantalla el desmantelamiento de la unidad del área creada en 1981 por Sonia Fuchs. La productora televisiva fue la mujer que tuvo la visión para detectar la importancia que tendrían las teleseries en la televisión abierta y buscó la asesoría en el extranjero de creativos como Claudio Guzmán (“Mi bella genio”) o Herval Rossano (“La esclava Isaura”) para encontrar historias adecuadas (“Villa Los Aromos”, “De cara al mañana”) y talentos locales en la dirección, como Vicente Sabatini o Ricardo Vicuña. “La represa”, “Bellas y audaces”, “Marta a las 8” y “La Quintrala” fueron puntales de esa primera época de narraciones clásicas. Pero, en lo que se ha transformado en un sino trágico para TVN, Fuchs fallecería trágicamente en un accidente aéreo en 1991.
Justo cuando el canal enfrentaba uno de sus principales hitos de transformación —el cambio que la democracia trajo a su institucionalidad—, el área dramática de TVN supo remontar todas las dificultades y, además, adecuarse a un nuevo escenario competitivo para buscar nuevas historias que le permitieran conectar con las audiencias. Ahora TVN tenía además que autofinanciarse; el desafío no era menor. El canal público comenzó a hablar —en un sentido profundo— de política, de juventud, de rebeldía, de diversidad, de nuevas generaciones, de nuevas preocupaciones. De la mano de directores como Vicente Sabatini y María Eugenia Rencoret, el área dramática empezó a mostrarle a Chile lo que era Chile. En términos muy simples, el canal público observó su misión.
“Sucupira”, “Romané”, “Oro verde”, “Ámame”, “La fiera”, “Los treinta”, “¿Dónde está Elisa?”. En fin. La lista es tan extensa como conocida. Está en la memoria colectiva de una nación porque constituye identidad. Y eso es algo que ninguna teleserie de los últimos cinco años de Televisión Nacional puede decir.
Los movimientos de la industria han sido vertiginosos. Los creativos han ido de un canal a otro y los ejecutivos también. TVN no ha tenido la capacidad para retener su talento, y su proyecto es tan desesperado en lo económico que se parece anteponer el resultado comercial a la misión. Pero es justo en esa desesperación donde está el principal error, donde se pierde la puesta en valor de 38 años de construcción. Y todo justo ahora que cambia el escenario con la digitalización.
Es cierto, las empresas cambian. Quizás las áreas dramáticas con actores contratados por años con sueldo millonarios ya no se pueden sostener. Pero pasar de eso a dejar de tener proyectos de ficción —al menos en el corto plazo— hay un salto que pasa por dejar de cumplir con la misión de ser un canal público. Otros canales, como Canal 13 o CHV, han optado por la externalización.
La ficción no solo es poderosa porque se relaciona con la capacidad humana de fabular. La ficción también tiene un gran valor comercial, más hoy cuando se le dirige quirúrgicamente. Ya sea a públicos muy específicos, tal como se lo han enrostrado las plataformas digitales a la TV abierta. O cómo la TV abierta defiende un poco a ciegas, por hábito o por intuición con audiencias más masivas.
Hoy el desafío es hallar cuáles son los colectivos que buscan encontrarse frente a una pantalla y covisionar. Serán personas, emociones, preocupaciones, profesiones, roles… Y eso puede ser estratégicamente planificado —como es el caso de CHV como “Gemelas”—. No hay demasiada sofisticación. La colectividad también permite rentabilizar la ficción. Y para eso solo basta, como al comienzo, como en el origen, tener la visión, una buena historia y observar la misión.