Las lecturas de viajes son cautivantes, porque mezclan parajes reales con aventuras que quizá son sólo reales en la mente del autor. Pero nos basta que sean reales en alguna parte: la geografía es realidad suficiente para la verosimilitud de la invención, aunque la verosimilitud (que, según los franceses, es enemiga de lo verdadero) es requisito de esto que las bibliotecarias (el cielo las guarde) llaman… Pues se nos ha olvidado cómo lo llaman, y quizá sea mejor así. Esto de recordarlo todo, a estas alturas, resulta sumamente desagradable.
El caso es que, en aquella larga y latosa adolescencia, leímos alguna vez un libro que se ponía al alcance de todos los gaznápiros como nosotros, para que adquiriéramos buenas ideas y se nos despercudiera la mollera de una vez por todas: el empalagoso
Corazón, de Edmundo de Amicis, cuyas educativas dulzuras nos produjeron finalmente un hartazgo del cual solo nos recuperamos leyendo a Salgari y sus feroces piratas del sudeste asiático, donde no había crueldad ni latrocinio que dejaran sin cometer.
Lo único que recordamos de aquel caramelo literario es la historia de un niño que, desde algún lugar de cerca de los Apeninos (Bolonia, quizá, donde se come tanta buena pasta rellena), emprendía viaje a América a buscar, parece, a su madre, que había venido a hacerse la id. Y las peripecias eran tantas y tan innecesarias como desesperantes, según hacía falta para prolongar el suspenso y la duración del relato, en lo que se adelantó a las actuales telenovelas, ejemplo insuperable de la idiotez contemporánea, amadora de interminables llantos y truculencias (ajenos).
El caso es, maldita sea, que se nos ha olvidado qué comía (cuando comía) aquel bachichita, que había valientemente dejado atrás sus ravioli y sus cappelletti in brodo para encontrarse de nuevo con su
mamma. Recordamos que llegó a Tucumán, donde lo habrán consolado con algún locro verdadero (o sea, con carne; el falso, que es mucho mejor, no la lleva). Y no recordamos mucho más, salvo que todo era muy, muy lacrimoso y digno de ser abreviado inmisericordemente por una mano justiciera. La
mamma, parece, ya se “había ido cortada”. En Chile era, quizá, una imprenta salesiana la responsable del dulzón guisado (hasta el “De Amicis” era azucarado; quién puede llamarse así…).
En fin, recordando Brisighella, en los Apeninos, en la que hacen un excelente aceite de oliva, va lo siguiente (esto sí que no se nos ha olvidado, faltaba más).
PiadinaExcelente pan de sartén, como churrasca. Mezcle en un bol 500 gr de harina con 15 gr de levadura seca, 50 gr de manteca y pizca de sal. Agregue agua tibia, forme masa lisa y más bien dura. Cubra y leude 30 min. Usleree, corte círculos de 15 cm diámetro y bien delgados. Cueza en la sartén caliente, sin grasa, girando, vuelta y vuelta. Sirva calientísimas con prosciutto o queso, a medida que van saliendo.