El ordenamiento de los cuentos que Francisca Feuerhake (Santiago, 1990) ha elegido para
Nenúfar, produce en el lector la sensación de que esta autora, quien recién se acerca a los treinta años, nunca pudo decidirse entre dos alternativas que tenía a mano cuando pensaba en escribir un segundo libro: que fuera una novela o el libro de relatos breves que finalmente ha llegado a las librerías. Pero, como veremos, esto no importa tanto.
El volumen se abre con lo que podríamos llamar un tríptico narrativo en torno al motivo del triángulo amoroso. Dicha situación adopta la forma de un insólito engaño sentimental provocado por la fuerza con que el azar dirige a veces nuestros destinos. El triángulo toma cuerpo en el primer cuento, “Olivia”, el panel izquierdo del tríptico. Gerónimo, “un pintor terriblemente tímido y hediondo” se enamora de Olivia, una joven fotógrafa de matrimonios, quien comparte su departamento con la narradora, su prima Christianne. El conflicto se inicia cuando Olivia y Manuel, un novio que está a punto de casarse, caen en un amor desaforado que después de provocar la serie de situaciones que le dan cuerpo al relato, conducirá a la venganza que lo cierra. En “Espejo”, el cuento central del tríptico, un maduro y alcohólico turista chileno de vacaciones en Punta Cana relata el episodio que condujo al desenlace de “Olivia” y que Christianne desconocía. Con “Belén”, el cuento final del tríptico, nos enteramos de la condena y expiación tragicómicas que finalmente paga Manuel por la culpa cometida en el primer relato.
Este tríptico cubre casi la mitad del volumen y es su sección mejor elaborada desde un punto de vista narrativo. Por eso, después de leer “Belén” pensé que los restantes cuatro relatos de
Nenúfar continuarían la historia del triángulo amoroso observándola desde otras posibles perspectivas. Sin embargo no es así. La unidad de
Nenúfar no depende de una historia imaginaria desarrollada a través de los siete cuentos que posee el volumen, sino del descrédito de las instituciones y el consiguiente desaliento ante los escombros de valores establecidos que se transparenta en ellos; de la irónica amargura en unos casos o el humor negro en otros, que manifiestan las voces narrativas; de los perfiles farsescos que consecuentemente adquieren numerosos personajes y, sobre todo, de un propósito común: representar sin concesiones narrativas las tribulaciones que se esconden detrás de la aparente felicidad y el bienestar económico de un sector acomodado del barrio “alto” de Santiago.
Prosiguiendo con lo hecho en su novela
Tres semanas (2018), Francisca Feuerhake vuelve a echar mano de la narrativa imaginaria para ridiculizar de manera muy exclusiva y personal un espacio de nuestra sociedad favorecido económicamente. Si el lector ha tenido la oportunidad de leerla, encontrará en
Nenúfar estereotipos de personajes y situaciones que le resultarán familiares: jóvenes provenientes de familias quebradas, adolescentes desorientados o atribulados por el peso de las convenciones sociales, hijos e hijas de padres abusivos, matrimonios alcoholizados, muchachas para quienes abortar es lo mismo que un tropezón en la calle. A Francisca Feuerhake le interesa representar solamente a personajes (víctimas unos; otros no tanto) que se mueven en esta privilegiada sociedad de valores superficiales donde su escritura, de cuño muy personal, apunta al egoísmo, la hipocresía y el culto de la banalidad como algunas de sus expresiones más destacadas: una madre beata que tiene fotografías de Escrivá de Balaguer en su velador no vacila en someter a su hija embarazada a un aborto para evitar el qué dirán, y otra se empeña en que la suya reciba implantes de silicona para corregir su pecho plano. Y todo esto relatado con un lenguaje que comparten la mayoría de los narradores, vivaz, agresivo, lleno de desenfado y a veces jocundo, que convierte al mundo de los privilegiados en una caricatura social. El único personaje provisto de humanidad es a la postre el que da título al libro: el maestro tapicero Nenúfar González.