Variaciones. Ensayos sobre literatura y otras escrituras, de Raquel Olea, es posiblemente el libro más completo que ahora último se haya publicado sobre los temas que trata: el feminismo y lo femenino en nuestras letras; el examen de autores y autoras clásicos, junto a la emergencia de otros durante la transición democrática; un estudio profundo acerca de hombres y mujeres que han alterado nuestro modo de entender el fenómeno literario; en fin, una indagación rigurosa del pasado reciente en torno a la novela, la poesía, la crónica y demás géneros. En este sentido
Variaciones será un volumen indispensable para todo aquel que sienta interés por esos asuntos. Olea, desde luego, no escribe para la galería, pero tampoco lo hace desde una torre de marfil por lo que
Variaciones resulta por momentos fascinante.
Variaciones se compone de ventiuna piezas alrededor de diversos narradores o poetas cuya enumeración es imposible, si bien hay que decir que, al ver el índice, dan ganas de leer a algunas más que otras. El volumen empieza con un homenaje a Julieta Kirkwood, la socióloga que fundó La Morada, quizá el primer centro que, además de ser un lugar de acogida, reunió a pensadores que hace décadas iniciaron los estudios de género. A continuación tenemos una serie de contribuciones referentes, entre otras, a Carmen Berenguer, Soledad Fariña o Diamela Eltit, quien merece dos extensos análisis relacionados con
Lumpérica y
Mano de obra. El único varón que encontramos al inicio es el gran artista plástico Guillermo Núñez y no solo por lo concerniente a sus monumentales cuadros, sino también por su faceta de literato, mediante aportes prosísticos y poéticos.
Con todo, la gran sorpresa de
Variaciones está constituida por dos enjundiosos trabajos que se refieren a las escritoras de la Generación del 50. En el primero, Olea subraya, sin desconocer a figuras poco divulgadas, los nombres de María Elena Gertner, Margarita Aguirre, Elisa Serrana, Marta Jara y Mercedes Valdivieso. Todas ellas fueron ávidamente leídas en las décadas del cincuenta y el sesenta y luego pasaron al olvido; Olea, sin embargo, afirma con cierto optimismo que en el presente están siendo reeditadas. Aun así, lo asombroso de estas secciones de
Variaciones reside en el conocimiento con el que la autora trata el período histórico en que surgió este movimiento y en qué medida él fue significativo para la causa femenina y feminista. El contexto político está acertadamente descrito; la significación de los gobiernos radicales no se le pasa por alto; el ascendiente del pensamiento europeo de entonces, en especial el existencialismo, es enfatizado una y otra vez. Y más que nada Olea destaca la irrupción de la reciente clase media laica, en ocasiones contestataria, atraída por los nuevos valores provenientes del exterior, crecientemente alejada del poder de la Iglesia Católica; en suma, un grupo nacido bajo el alero del Estado de bienestar, de la educación pública gratuita y de la liberalización de las costumbres, por más que en Chile ello fuese más retórico que real. En estos momentos,
Variaciones se convierte en un ejemplar que sin abandonar el acento en el acontecer libresco, ahonda en el tejido socioeconómico que hizo posible el nacimiento de la Generación del 50. Margarita Aguirre se hace acreedora de un capítulo aparte pues, a pesar de haber sido conocida como la secretaria de Pablo Neruda, legó un conjunto de relatos de incuestionable calidad, a los que Olea dedica esmerada atención, sobresaliendo su extraordinaria ficción “La culpa”.
Hay una cantidad verdaderamente asombrosa de personajes, digamos, intelectuales, en
Variaciones, algunos de los cuales se hallan minuciosamente estudiados: Gabriela Mistral, Pedro Lemebel, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas, Nelly Richard, por mencionar a algunos y algunas bastante difundidos. Aun así, la formación académica y la capacidad de asociar a unos con otros y más todavía, las intuiciones de Olea en diversos ámbitos —la lingüística, el psicoanálisis, el marxismo, el estructuralismo, la deconstrucción— hacen que
Variaciones a menudo se acerque a un tratado cultural.
No obstante, hay dos personalidades que Olea admira sin reservas y ambas son dignas de su encomio, fuera de conformar coyunturas excéntricas en una antología de escritos basada fundamentalmente en lo chileno. Ellas son la francesa Marguerite Duras y el cineasta, guionista y director de películas italiano Pier Paolo Pasolini. De este modo,
Variaciones pasa a ser un modelo de lo que es la crítica con mayúsculas.