El concepto de resiliencia urbana es una de las claves dentro de la discusión sobre sustentabilidad que se hace cada vez más urgente en el contexto de las crisis económicas y de la escasez de recursos naturales. Mientras que “sustentabilidad” se enfoca en mantener por el mayor tiempo posible el
status quo, intentando equilibrar costos y beneficios económicos y sociales, pero sin hacerse cargo de los factores que inciden en el deterioro de nuestro equilibrio natural, “resiliencia” se refiere a la capacidad de ciudades y sociedades para adaptarse y tener éxito en condiciones cambiantes.
Una ciudad jamás tendrá una verdadera capacidad de resiliencia sin la participación activa de sus habitantes. Esta última es un mecanismo democrático que permite que las personas se involucren en la gestión, producción y administración de los bienes comunes que les afectan directamente. La idea de participación ciudadana efectiva tuvo un enorme impulso en Estados Unidos y en Europa Occidental a partir de los años 70, como respuesta al descontento por los procesos de renovación urbana que habían significado pérdida de identidad y empobrecimiento de calidad de vida. En esos países, hoy ya no hay prácticamente ningún proceso de desarrollo territorial que no involucre obligatorios consensos ciudadanos.
Los consensos tienen enormes ventajas sociales; desde luego, la cohesión de las bases, el sentido de pertenencia y la legitimación de las decisiones de inversión y diseño. El riesgo, sin embargo, es que la búsqueda de consensos participativos se institucionalice a tal grado que se convierta en un mero trámite administrativo más en el proceso de diseño y planificación, invisibilizando los conflictos latentes, las voces discordantes, los diseños alternativos. Una participación real en temas urbanos implica involucrarse en discusiones políticas, pues los intereses que dan forma a la ciudad son económicos y filosóficos; es decir, políticos.
Frente a la inminente catástrofe de falta de agua que se cierne sobre las ciudades chilenas no bastará con buscar mitigaciones. Para adaptarse, la ciudadanía deberá involucrarse activamente en prácticas colectivas y colaborativas, cambiando hábitos y estilos de vida, creando redes solidarias, estrechando los ciclos entre la producción y el consumo y actuando con responsabilidad medioambiental en la vida cotidiana. Nosotros somos los responsables de echar a andar este proceso, sin demora, sin descanso; ahora.