La RAE define el chilenismo “cahuín” como un sustantivo de uso coloquial que significa intriga, enredo o situación confusa. Pero si se husmea en la raíz de la palabra, se adivina un origen políticamente incorrecto e incluso cahuinero: “borrachera, pendencia, reunión bulliciosa de jente alegre”, reza la entrada del viejo Diccionario Etimológico de Rodolfo Lenz.
Pero tanto si se recurre a una u otra, el cansancio del futbolero sobre el tema que ha convulsionado a la selección por tanto rato parece ser el mismo: no quiere más. Basta de este cahuín, que ya han pasado dos años y para lo único que sirve es para el morbo de la prensa y para gastar tinta en columnas como esta. Basta.
El hastío es comprensible, claro, y además el tiempo ha hecho su pega: las cosas se olvidan, fueron solo palabras, aquí no le pegaron a nadie, aquí no le robaron a nadie y lo que se haya dicho (y lo que se haya callado, también) mejor guardarlo en un cajón y a otra cosa, mariposa.
¿Darán una conferencia conjunta Claudio Bravo y Arturo Vidal para anunciar al mundo su reconciliación? A quién le importa.
¿Estarán atentos a prodigarse un gesto amable, “espontáneo”, en pleno entrenamiento con los camarógrafos y fotógrafos ahí? No nos interesa.
¿Se darán likes mutuos a una fotito de Instagram o a un posteo de Twitter? A otro perro con ese hueso.
Por último fuera un hueso: son respuestas que dejan al oficio periodístico en la inanición y como el enredo sigue ahí, escociendo, porfiado, no hay caso: llega el capitán Medel a Alicante, se le pregunta; asoma su mohicano Vidal, lo mismo; ofrecen una conferencia Isla y Pulgar, pues también; regala sus conceptos el profesor Rueda, momento ideal: enfrentan los micrófonos el presidente Moreno o el gerente Mac Niven, ya saben... ¿Aburre? Aburre. ¡No les preguntan nada de fútbol! ¡Puros cahuines! Y bueno, sí.
Un observador neutral podría decir que esta cantinela tiene una solución, digamos, “política”. Si el efecto del drama ya pasó (Bravo y Vidal volvieron a estar juntos en la selección), entonces no hay motivo para que se mantenga su ruido de fondo. Alcanzaría con que cada uno, por su lado, declarara algo así: “Conversamos, las diferencias personales persisten, pero estamos dispuestos a dejarlas de lado cuando juguemos por la Roja”. Y asunto terminado. Una muestra de adultez simple.
¿Jamás volverá a ser como antes la relación entre los dos involucrados? Probablemente. ¿Se armarán grupitos intrigantes que tendrán mínimo contacto personal con el excapitán? Seguro. ¿Se lesionará la bulliciosa y alegre camaradería del camarín? Un poco, quizás.
Pero en marzo, cuando se juegue el primer partido de las eliminatorias, Bravo y Vidal estarán en la oncena titular, que es lo que vale.
No se habrá dilucidado del todo esta confusa situación, es cierto, pero no importa: tarde o temprano brotará otro cahuín del cual tampoco querremos hablar.