La idea prometía. En el aniversario 31 —el pasado sábado 5— del plebiscito que decidió el retorno a la democracia, “Proyecto NO” convocó a cuatro destacados dramaturgos de distintas generaciones para que crearan cuentos teatrales dando su punto de vista acerca de qué significó para la nación ese hito histórico. Lo que implica, desde luego, una reflexión crítica en torno a cómo está Chile hoy, si se cumplieron las expectativas de quienes votaron la opción que ganó.
Si bien se prevé que en una propuesta así, algunas de sus partes sean inevitablemente mejores que otras, esa tarea se logró. Es su endeble puesta en escena, dirigida por Gregory Cohen, autor además de uno de los textos, la que perjudica la entrega. Que la producción sea modesta no importa. Pero sí que la teatralidad aúne recursos que no se conectan orgánicamente, mientras las posibilidades expresivas también se empobrecen con el variopinto elenco de nueve ejecutantes haciendo su mínimo esfuerzo porque se les exigió bien poco. Hay actores que dicen y no actúan, otros que lucen inseguros o externos por falta de dirección o ensayos. En general, el montaje resulta plano, sin vida y estático; los personajes suelen hablar parados o sentados sin desplazarse. A menudo se proyectan en gran pantalla, al fondo, imágenes fijas o en movimiento que no aportan nada, tampoco la música.
Por fortuna, la secuencia de historias, todas resueltas con dos personajes, va de menos a más en interés y méritos. La primera, de Gerardo Oettinger, se limita a escenificar la entrevista que le hace un periodista a un director y dramaturgo de teatro político para evidenciar la inconsistencia de principios y el cinismo acomodaticio. No tiene desenlace. La segunda, de Cohen, muestra a un hombre-niño postrado en su cuna y la señora que lo visita el mismo día del triunfo del No; da una impresión confusa y si tiene un sentido alegórico se nos escapa.
En el tercer cuento, un matrimonio de izquierdistas renovados antes de entrar a la fiesta de aniversario del No, se reprochan el haberse traicionado a sí mismos y ser ahora unos satisfechos burgueses. El texto abunda en observaciones con la agudeza que puede esperarse de Marco Antonio de la Parra y está mejor ejecutado, pero ya que sus personajes sienten pudor, Katty Kowaleczko y Claudio Valenzuela tienen siempre sus cabezas metidas en bolsas de papel, lo que no ayuda a la expresión.
Por último, una joyita que exige ser remontada (¿a los 35?). Carla Zúñiga ratifica que sus mayores aciertos los produce fuera del colectivo que integra, con una delirante farsa en que una promotora de supermercado le confiesa a otra que Pinochet no está muerto como todos creen: ella sostiene con él una relación secreta. Provoca carcajadas mientras habla de la fascinación de los simples por el poder, de cuán fácil es ser atraído por el fascismo y de que las figuras emblemáticas de la dictadura perviven de algún modo entre nosotros. Aquí Grimanesa Jiménez prueba que su comicidad irresistible sigue intacta.
El director agrega un quinto texto, La diatriba de la empecinada de Juan Radrigán (2006), cuyos fragmentos intercalados sirven de nexo entre los episodios. Relegada a un costado, suena por completo innecesaria, sobre todo puesto que es la versión actoral más floja entre las varias que hemos visto de esta furiosa arenga.
Sala La Comedia. Jueves a sábado, a las 20:00 horas. Hasta el 26 de octubre.