Si el escaso brillo que existe hoy en la batalla por el título amenazaba con liquidar la emoción del tramo final del campeonato (la UC no tiene la culpa de ser el único equipo que ha hecho muy bien los deberes), la disputa por evitar el descenso seguramente se robará miradas en las próximas semanas.
Es cierto. Por mucho que se quiera decir lo contrario y ocultar las realidades, que sea Universidad de Chile uno de los involucrados en la zona de descenso le aporta más morbo a una disputa que tiene a los equipos equilibrándose para no caer al precipicio.
La U es un factor de análisis por sí solo. Claro, porque a diferencia de los demás cuadros que pelean por mantener la categoría, los azules trazaron su plan inicial con la mente puesta en pelear el título. Y en ese punto es donde hoy radica su mayor debilidad: los universitarios siguen empantanados en la imposibilidad de saber porqué están donde están, en lugar de enfocarse en la reconversión que los ayude a salvarse.
En la U parecen pensar que contando la cantidad de jugadores que tienen, los refuerzos que llegaron y la calidad histórica de algunos de sus emblemas debería ser suficiente para zafar. Pero no es así. La irrealidad de los proyectos y planes que se forjó Universidad de Chile a partir de la conformación del plantel debería dejarse de lado para acometer la verdad: que se está jugando la opción de no caer a la Primera B y debe pensar, planificar y, fundamentalmente, jugar de acuerdo a esa realidad. Mientras solo haya lamentaciones por la crueldad del destino, la U seguirá pegada en la zona roja. El chip deben cambiarlo Caputto, Herrera, Beausejour o Rodríguez. El que sea. Pero alguien. No hay más tiempo para perder.
El caso del resto de los candidatos a descender es distinto. Todos ellos calculaban que estar en estas instancias era una posibilidad.
Universidad de Concepción, por ejemplo, sabía que su participación en la Copa Libertadores le traería costos. El DT Francisco Bozán ha reconocido que la determinación técnico-institucional era poner los máximos esfuerzos en la instancia internacional porque la refriega local podría acometerse por la longitud propia del torneo. Calculo errado. La baja individual de algunos hombres clave, como Patricio Rubio, impidió el reacomodo en la competición interna. Si se va a la B, la U penquista pagará caro asumir riesgos sin salvaguardas.
Iquique, en tanto, creyó desde el principio que una gestión técnica —la de Pablo Sánchez— sería suficiente para enfrentar el torneo. El plantel dejó ir a algunas figuras importantes (Bustamante, por ejemplo) y descuidó la sucesión. Hoy, con Jaime Vera en la banca, solo aspira a que los números cuadren. Nada de lo pensado resultó. No hubo milagro de “Vitamina”. A sufrir nomás.
¿Antofagasta? ¿Everton? De alguna forma estaban preparados psicológicamente para estar en estas instancias. Los nortinos, porque a comienzos de año aniquilaron su paz interna y el trabajo del DT Ameli y con algo debía pagarse tanta tontería. Y los viñamarinos simplemente porque mientras sean propiedad de los mexicanos deben tener claro que para ellos hay más de una necesidad, no solo la meramente competitiva cuando rueda la pelota.
Todo y nada de eso al final será argumento para el que abandone la categoría. Pero sí serán razones para justificar la verdadera lucha que está por verse en el torneo.