El club Universidad de Chile, a estas alturas del campeonato, no debe descartar nada, incluso las recetas descabelladas e irracionales, y desde luego las que vienen de culturas antiguas y desconocidas, diga usted vudú, ritual de runas o alquimia.
El tercer gol en el clásico, el del defensa Julio Barroso, fue una sucesión de carambolas, rebotes y un contacto en el área chica, para un córner que nunca debió suceder y fue, claro, por una voluta en la atmósfera y un aire raro que elevó la trayectoria de la pelota, para que el portero Fernando de Paul, en fin, la sacara por arriba y hacia a un corner fatídico que vino desde el suroeste.
El entrenador Hernán Caputto, en la conferencia de prensa posterior, dijo que no está pendiente de los resultados del resto de los equipos, pues bien, debería estar más que pendiente y muy atento, y además rogando intensamente, para que esos rivales del norte y del sur, pierdan o empaten, en el peor de los casos.
A estas alturas las vergüenzas son lo de menos, incluso para un club laico con aire agnóstico, y no hay más que seguir el primer mandamiento de un migrante: hacerle a todo. Al hechizo, la brujería y el sortilegio, porque la estocada de Barroso fue en el minuto final y ni siquiera al término de los 90, sino de los descuentos y después de un tiro de esquina, ya está dicho, con una trayectoria de magia negra.
Un sahumerio es quemar algo y dejar el recinto pasado a humo, después de calcinar alguna resina o restos de lavanda, cedro o jazmín.
En una vasija de greda, por cierto, se puede y debe practicar un conjuro.
Piense usted que el conjuro opuesto: que Esteban Paredes convirtiera su gol 216 en un clásico, y además en el de ayer, para más remate, no salió natural, sino que de seguro fue ayudado por rezos paganos y mandas prohibidas.
Los que saben repiten la oración: la “U” no va descender y no puede descender.
Los que saben, en estos trances y en general en todos, no saben de lo que están hablando, y lo hacen por costumbre y porque alguien se los pide, pero no porque tengan algo que decir.
En la vasija, entonces, partir por lo más fácil: un zapatito de Héctor Hoffens, vellos de Luis Musrri y un calcetín izquierdo de Alberto Quintano.
Y luego el estetoscopio oxidado del doctor René Orozco, la billetera de José Yuraszcek y un calcetín derecho del ex síndico José Manuel Edwards.
Que Carlos Campos, en una servilleta, escriba un único pensamiento, y Leonel Sánchez, en otra, un simple deseo.
Y no olviden, por favor, una caluga de shampoo.
Revuelvan e incineren. Recen y canten.
El fútbol es de momentos mágicos.
Otros clubes han realizado sahumerios y hechizos, y han resultado.
No se trata de creer o no, eso es arrogante y secundario.
De lo que se trata es que no se pierde nada.