James Gary es ciertamente un director ambicioso, y dada la ramplonería habitual de las películas industriales de hoy, su ambición no puede criticarse. “The Lost City of Z” (2016), su penúltima cinta, a través del furioso atractivo que la exploración del Amazonas podía ejercer sobre un civilizado inglés de principios del siglo XX, fue nada menos que una reflexión sobre las limitaciones de Occidente. “La inmigrante” (2013), “Dos amantes” (2008) y “Los dueños de la noche” (2007), cada una a su manera, detrás de historias muy ancladas en la ciudad de Nueva York, levantaban situaciones irresolubles, que ponían capas de existencialismo sobre sus personajes y sobre su imposibilidad de llegar a un buen acuerdo con el mundo. La memoria de sus películas tiende a desdibujarse con el paso del tiempo, y uno termina recordando más ambientes, atmósferas, un cierto ánimo melancólico, de manera que es difícil asegurar que se trata de un director relevante —eso es materia aún por verse—, pero no se puede negar que, al menos, es un director que ha hecho méritos para ser visto con cuidado.
La semana pasada, con Brad Pitt como espolón, llegó a Chile la última cinta de Gray, “Ad Astra: Hacia las estrellas”, una película de ciencia ficción, o al menos diseñada formalmente como una. Esta salvedad merece hacerse porque “Ad Astra” está bastante lejos de ser la típica película de ciencia ficción. Más bien, se interna en una variación sicológica, quizás —de nuevo— existencial del género, mucho más cerca de “Solaris” (1972) que de “Terminator” (1984) o “Matrix” (1999). Aquí hay acción, pero también un registro melancólico, algo distante, donde la acción no aparece como un desafío épico que pone al límite la resistencia de su protagonista, sino que se asume con cierta pesadez, como una carga en los hombros algo pesadillesca, una suerte de piedra de Sísifo. Ahora, tampoco hay que perderse: este tipo de ciencia ficción ha comenzado a ser cada vez más frecuente. Basta pensar en “Interstellar” (2014), “Arrival” (2016) o la nueva “Blade Runner” (2017). Incluso “Gravity” (2013) tenía algo de esto en el personaje de George Clooney. Los héroes cansados, desencantados, ya no son excepciones.
En “Ad Astra”, el mayor Roy McBride (Pitt) es un hábil astronauta que recibe la misión de contactar a su padre (Tommy Lee Jones), un respetadísimo pionero de la exploración espacial desaparecido en un viaje a los confines del sistema solar hace casi 30 años. En su camino, McBride enfrentará peligros enormes, pero casi nada hará doblar su fortaleza física ni mental. De hecho, casi nada tampoco le hará mella. La cinta es un prodigio de secuencias espaciales, secuencias completas recreadas en total ingravidez, bellos planos hechos quizás cómo, y, sin embargo, más que remarcar los efectos especiales con grandes despliegues sonoros, la cinta abunda en silencios, en tonos azulados y ocres, en efectos de cámara lenta que remarcan la atmósfera más que la acción. Todo esto mientras una voz en
off, de McBride, no comenta lo que está pasando, sino los arrepentimientos que arrastra, las dudas sobre sus conductas pasadas. Parece, por momentos, una cinta de Terence Malick. Y si bien Gray es más contenido y no abusa de la voz en
off, el recurso no basta para que la cinta despegue emocionalmente. Así también, hay claras intenciones de apelar a figuras arquetípicas, desde el mismo viaje del héroe que realiza McBride, a bautizos de agua o inmolaciones en fuego, pero el director no logra que nos importe realmente lo que le sucede a McBride. Quizá porque el guion no logra poner las piezas en los lugares adecuados, quizá porque el mismo McBride sufre limitaciones emocionales, o bien por la idea misma de mezclar épica espacial con drama familiar, algo no termina de cuajar. Uno termina por admirar “Ad Astra” más que involucrarse con ella.
Ad Astra: Hacia las estrellas
Dirigida por James Gray.
Con Brad Pitt, Tommy Lee Jones, Ruth Negga.
Estados Unidos, 2019.
123 minutos.
DRAMA/CIENCIA FICCIÓN