Me perdí hace unos meses al tratar de llegar a la iglesia de Huenchullami —o lo que resta de ella—, ubicada en un caserío al poniente de la ciudad de Curepto, al sur del río Mataquito. Poco antes del terremoto de 2010 había sido restaurada y un grupo de arqueólogos había realizado importantes descubrimientos en el cementerio de la iglesia.
El lugar tiene un valor patrimonial demostrado y muy relevante. En los registros documentales de las primeras décadas de la Conquista, en general muy escasos, su nombre aparece de manera reiterada porque en ese sector existió una concentración importante de población indígena. De hecho, consta que uno de los más cuantiosos repartimientos de indios —encomiendas— que hizo tempranamente (1544) Pedro de Valdivia a favor de uno de sus capitanes más cercanos y leales recayó sobre comunidades que se redujeron a un “pueblo de indios” instalado en esa localidad.
En documentos posteriores, durante todo el siglo XVI, XVII, e incluso principios del XVIII, Huenchullami reaparece pasando con sus indios de un encomendero a otro siempre con una cantidad de nativos cada vez más escuálida. Solo entre 1582 y 1602 Mario Góngora calcula una caída demográfica de un 60 por ciento.
La exploración arqueológica, realizada en la primera década de este siglo, confirmó toda la información que los historiadores habían logrado reconstruir respecto de este lugar y, todavía más, bajo el cementerio colonial y el prehispánico encontró restos de un asentamiento correspondiente al período arcaico prealfarero, a la llamada “cultura de los conchales”, de hace unos tres mil años.
Desde luego que toda la franja costera entre los ríos Maule y Mataquito ha sido fuertemente intervenida por el hombre, sobre todo en los siglos XIX y XX, y aceleradamente en las últimas décadas. Confiado en mi GPS, me adentré, contra la opinión de lugareños, por intrincados caminos forestales. Cuando ya desistí, consciente de que no llegaría a ninguna parte, detuve mi automóvil en la cima de una serranía.
Sería inapropiado llamar silencio a lo que me rodeaba: inmovilidad, vacío, oquedad, inmensa soledad. Hacia cualquier dirección que orientara mi vista imperturbables y geométricas plantaciones forestales cubrían el territorio circundante como un océano interminable. Los asentamientos humanos que desde hace milenios escogieron estos lugares han sido sustituidos por un desierto verde tan diverso a lo que puede llamarse bosque. Cuando uno piensa en la frase del filósofo “El desierto avanza”, no se imagina en la capacidad del hombre de crear desiertos verdes, distintos y peores a los desiertos de arena y piedra.
Ya en Curepto, le pregunto a un carabinero por el camino a Huenchullami: “¿Huenchullami? Pero qué va a hacer ahí, si ya no hay nada”.