La fría noche del sábado pasado en Santa Laura, mientras Unión Española goleaba a Deportes Iquique, los dirigentes de ambos cuadros consolidaban información sobre los llamados que llegaron desde algunos integrantes del Consejo de Presidentes y algún dirigente de la ANFP, con el objetivo de cambiar el formato de campeonato.
Los estaban testeando para ver si hay agua en la piscina para volver a los torneos cortos. Agazapados, los partidarios de estos formatos esperaron la partida de Arturo Salah y Andrés Fazio de la testera de Quilin para reinstalar un sistema de campeonatos que en nuestro fútbol posee un pecado de inicio: la cantidad de equipos en cada división.
Antes que todo establezcamos que si todas las ligas referentes de Europa y el Brasileirao compiten en dos ruedas es por algo. Los enfrentamientos todos contra todos garantizan lo esencial: justicia deportiva. Se impone el mejor y es castigado el que cometió errores a lo largo de la temporada, en especial en el inicio a la hora de conformar el plantel.
Pero el fútbol es un campo fértil para gente que se instala en la toma de decisiones sin las mínimas competencias, sin historia ni acervo futbolero, que sin pudor adopta definiciones políticas técnicas y formativas de largo aliento, que al final paga la actividad. Por lo general, operan con la lógica de don Otto: venden el sillón.
En esta ocasión, la “culpa” es de Universidad Católica. Como los cruzados fueron campeones el año pasado, en el retorno de los torneos largos, y en esta campaña solo un cataclismo impedirá que den la vuelta olímpica, se estableció que el torneo es aburrido. En la UC planificaron de manera correcta, trabajaron con frialdad, sin sentimentalismos, con vasos comunicantes entre el fútbol joven y el primer equipo, que se traduce en la inyección permanente de futbolistas de buen nivel y a bajos costo, con relación a su nivel. Por eso los cruzados sacaron una ventaja ostensible en el plano local.
La idea de dos campeones en un año es la matriz que llevó a Julio Grondona a instalar los torneos cortos en Argentina en los 90. Una fórmula que sirvió en el algún momento, pero que en nuestra realidad muestra un flanco difícil de resolver. La primera división local posee 16 integrantes y un torneo corto requiere al menos 18 si se recurre a los
playoffs; si se juega en una rueda es necesario 20 equipos. Con 16 escuadras sobran fechas en el calendario y técnicamente no se puede consagrar un campeón con 15 partidos. No es serio. Se premian rachas.
El estudio que recibió el Consejo de Presidentes para retornar a los campeonatos largos fue contundente: entre 1970 y 2001 hubo 33 certámenes con 10 equipos en el primer lugar y 13 ocupando el segundo lugar. En los de formato corto, desarrollados entre 2002 y 2016 tuvimos 28 campeonatos. Nueve equipos fueron primeros y 11 segundos. Si se pensaba que los clubes chicos disponían de una ventaja para ser monarcas, el registro muestra que entre 1970 y 2001 los grandes se llevaron el 60,61 por ciento de las coronas. En los cortos, la cifra es contundente: 67,86 por ciento de los campeones fueron para los de alta convocatoria.
No inventemos la rueda. El hincha merece respeto.