Es la cuarta novela de la cantante y escritora dominicana Rita Indiana, que ha verificado un muy interesante desplazamiento desde
Papi, una obra más ingenua y todavía transitada por la magia, hasta propuestas firmemente ancladas en la realidad social y política de su país y de la zona caribeña. Esta última novela transcurre en Cuba y el ancla profunda de su desarrollo narrativo —y de su título— es el famoso cuadro de Goya
Saturno devorando a su hijo y el mito que lo alimenta. Una primera aproximación es obvia: Argenis, el protagonista, es hijo de un héroe de la resistencia dominicana con muchos amigos entre los actores principales de la revolución cubana, que ha hecho carrera política; una segunda, más oblicua pero omnipresente, es la relación de las actuales generaciones con el régimen cubano y su tan extensa vida y, más en general, con la idea de la revolución. Una prueba más de la madurez narrativa de la autora es que el personaje de Argenis es tan convincente como la adolescente que protagoniza su segunda novela,
Nombres y animales, que estructura la novela en torno a su paso a la madurez. Argenis, enviado a La Habana a rehabilitarse de su adicción a la heroína, es en muchos sentidos su anverso, un derrotado que solo ve como salida la piedra con que la madre de Zeus engañó al devorador y permitió el cumplimiento de la profecía.
Cuando Argenis se asoma a mirar los techos de La Habana, siente, como la vez anterior que los había mirado, que eran “una mezcla desgarradora de necesidad y de belleza”. Tanto como la historia del desencanto hacia la revolución, la novela es la crónica de la lucha contra la adicción, que para él ya es “un eterno perseguir aquella momentánea abolición de la culpa, la necesidad, la responsabilidad y la introspección”. En su exilio habanero todo falla y, tras una desintoxicación forzada y colmada de pesadillas y traiciones, Argenis se ve bruscamente enfrentado a lo que más teme, la conciencia vigilante y la súbita certeza de que, por segunda vez y de otra manera, ha alcanzado el punto más bajo de la cadena alimenticia; de vuelta en Santo Domingo, el hilo se devuelve a la línea profunda de la novela, los ajustes de cuentas con las historias personales y nacionales. Leer a Rita Indiana es asomarse a un Caribe que, pese al calor, a las pasiones y a los desbordes, escapa completamente del cliché, porque actualiza una historia densa y conflictiva que marca profundamente la convivencia. Y es también, de alguna manera, una historia de redención.
Rita Indiana
Periférica, Cáceres, 2018.
208 páginas.