Esta película es sobre una venganza. Por varias razones esto puede sonar extraño, porque en muchos momentos no lo parece, porque a veces asemeja una reconstrucción familiar y, sobre todo, porque no se ve cuál es el objeto de tal venganza.
Ema (Mariana di Girolamo) es una bailarina y además una profesora de baile en colegios de niños. Tiene una inclinación personal que solo exhibe ante su grupo de amigas, un colectivo que la acompaña como un coro personal: la piromanía, ejecutada con no menos que un lanzallamas. El relato se abre con un semáforo que arde en una esquina de Valparaíso: un signo del orden civilizatorio consumido por las llamas. Y se cierra con Ema cargando gasolina.
La historia comienza con Ema y su pareja, el coreógrafo Gastón (Gael García Bernal). Acaban de devolver al Sename a un niño, Polo, con en el que no pudieron convivir. La pareja está quebrada por esa circunstancia: unos rabiosos contracampos frontales registran sus recriminaciones mutuas, hirientes, despiadadas.
Solo que Ema no acepta esa situación de la que es ostensiblemente responsable (todo indica que la insociabilidad del niño ha sido una proyección de su madre adoptiva) y quiere ajustarla a su manera de entender la libertad. Lo que planifica para ello queda explicado en un extenso monólogo lleno de “podría ser” cerca del desenlace.
La primera parte del relato desarrolla las bases emocionales de lo que Ema se propone. La segunda las conecta con un cierto desenfreno sexual —dejemos de lado la previa androginia— que, al menos visualmente, se presenta como el instrumento necesario para desgarrar e incendiar el mundo para reordenarlo a su medida.
Ema pertenece de pleno derecho al campo del cine de Pablo Larraín: es un personaje dañado, invadido por una escondida violencia interior, misterioso y destructivo. El hecho de que se trate de una artista la emparenta con los protagonistas de
Fuga y
Tony Manero, con esa idea arquetípica de que los artistas son sujetos extraños, con licencia para actuar sobre el mundo de acuerdo con los impulsos de su incomodidad.
¿Y entonces, la venganza? A veces parece que tiene un sujeto, Gastón, o Aníbal, o Raquel; a veces, todos, como en la apología genérica del reguetón; a veces, nadie, como en los momentos en que baila sola frente a un Valparaíso embellecido por la luz artificial, aunque sumido en esa especie de “noche del mundo” que la rodea.
Pero el desasimiento de Ema es mayor que todo eso: refleja, más que un rencor específico, un sentimiento de vacío y caída, una soledad insoportable y un deseo violento, ciego, de desquitarse contra el mundo que la ha creado, que sí tiene algo específico: es Chile, sin duda. Y tanto en esto como en el esfuerzo de una plástica con bordes expresionistas, es un retorno al universo moral de
Fuga.
EMADirección: Pablo Larraín.
Con: Mariana di Girolamo, Gael García Bernal, Paola Giannini, Santiago Cabrera, Paula Luchsinger, Amparo Noguera, Catalina Saavedra. 102 minutos.