Con “La secreta obscenidad de cada día” otra vez en cartel tras su concurrido ciclo de funciones en marzo conmemorando los 35 años de su estreno, cabe preguntarse: ¿es esta obra un clásico del teatro chileno como se opinó por ahí con cierta premura?
Su prolífico autor, Marco Antonio de la Parra, tiene varios textos de mayor peso y vigencia, como “Lo crudo, lo cocido, lo podrido” y “La pequeña historia de Chile”, por nombrar solo dos. Si bien “La secreta obscenidad…” se ufana de ser la pieza latinoamericana más representada en las últimas décadas en Occidente, se debe considerar que nació como el artefacto escénico de un dramaturgo en ciernes buscando llamar la atención, un divertimento inteligente y provocador, también muy consciente de su eficacia a partir del ingenio y perspicacia de su diálogo. Además, es harto fácil de montar, bastan dos actores y un banco de plaza.
Puede que no sea una creación canónica por su calidad y excelencia, pero esta farsa absurda que propone el encuentro casual de dos exhibicionistas esperando la salida de las alumnas del colegio enfrente para hacer su acto sí provee el reflejo exacto del entorno sociopolítico en que debutó. La reposición de aniversario con su elenco original —el propio De la Parra y León Cohen— probó que tiene un valor más que nada retrospectivo para el público mayor y su impacto es difuso en las generaciones más recientes.
Para unos y otros su mérito reside en que es un texto construido inimitablemente sobre el equívoco como recurso retórico. Despliega un ambiguo juego de simulaciones en el que nunca sabemos quién es quién: los tipos sugieren ser sucesivamente profesores, burócratas, vendedores callejeros o payasos; agentes de la CNI, ex presos políticos o terroristas; pequeños burgueses o marginales que no caben en ninguna parte. Con insólita audacia para los tiempos que corrían, el autor se valió de los implícitos para decir aquello que no podía decirse, hablar veladamente de represión y tortura. Hoy registra el turbio nexo entre dictadura, abuso de poder y perversidad, y reconfigura el ambiente de entonces, un clima de incertidumbre y sospecha en que cualquier amigo o cercano podía ser un informante o extremista.
Hacia el final, lo más sustancioso: ellos se revelan como delirantes álter egos de Freud y Marx, anunciando una desmitificadora confrontación entre los dos pensadores paradigmáticos de la cultura occidental del siglo XX. Pero a esa idea no le quedan más de 15 minutos para ser desarrollada, en los cuales además se cruza con nuevas ironías y señales contrarias.
¿Hilarante, como se ha dicho? A juzgar por la platea en torno, no; provoca solo risas ocasionales. Hoy la trasgresión doble, la sexual y al poder autoritario, funciona apenas. El sistema de equívocos opera más bien a la manera de las manchas de un test de Rorschach, lo que no es nada de raro si se piensa que De la Parra y Cohen son psiquiatras de profesión, y en escena se habla más de una vez de asociación libre. Cada cual puede tomar las partes que quiera para armar su propia lectura. Eso explica que la obra fuera bien acogida en tiempos y países diversos.
Está de más decir que los ejecutantes disfrutan animando una entrega que aman y conocen al dedillo. La ágil versión actual toma solo 65 minutos.
Teatro Finis Terrae. Sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 19:00 horas. Hasta el 13 de octubre.