En el centro artístico CA 660, de CorPartes, el domingo se presentó la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil de la FOJI, bajo la conducción de su director titular, Maximiano Valdés. El programa incluyó obras de Alfonso Letelier, Felix Mendelssohn y Paul Hindemith. El concierto contó con la colaboración de la sociedad musical Cameramusic, que dirige Sylvia Soublette.
A 25 años de la muerte de Letelier se oyó “Vitrales de la Anunciación”, una de sus obras más representativas, tanto por su intrínseca calidad como por ser claramente demostrativa de la poética del compositor. La obra está compuesta para soprano solista, coro femenino y orquesta de cámara y estuvo vinculada en su origen a la pieza dramatúrgica “La Anunciación a María”, de Paul Claudel. Revela una imaginativa fusión de lenguajes musicales arcaicos (gregoriano, modos medievales y renacentistas), elaborados contrapuntos, colorido tratamiento instrumental (la luz de los vitrales), sabio manejo de la vocalidad, y misticismo. La soprano Virginia Barrios interpretó su parte con expresividad, clara dicción y bellos agudos, el coro femenino Ensamble Ikaros, magníficamente preparado por Paula Torres, y la excelente orquesta, se conjugaron para producir una hermosa versión.
Los pequeños desajustes entre solista y orquesta en el tercer movimiento del Concierto para violín, Opus 64, de Mendelssohn, no opacaron el extraordinario desempeño del jovencísimo violinista Manuel Leiva, concertino de la orquesta. Afinación, fraseo, dinámica y expresión fueron óptimos y su personalidad y aplomo hacen augurarle un brillante futuro profesional.
El caso de Hindemith es curioso. Después de ser un ícono en los años 40 y 50, fue declinando en la apreciación de críticos y público. De gran influencia, incluso en compositores chilenos, como lo recalcó en una aclaratoria explicación el director Maximiano Valdés respecto de Letelier, no puede desconocerse su enorme oficio, patente en su Sinfonía “Mathis der Maler”, inspirada en el portentoso altar de Isenheim, obra del pintor Matthias Grünewald. La obra exige un desempeño virtuoso de la orquesta y todas las familias (estupendos bronces) rindieron lo mejor de sí. La versión fue memorable, Valdés manejó el conjunto con mano maestra y, una vez más, impuso su reconocido sello: obtener el máximo con gestualidad austera, nunca exhibicionista y solo al servicio de la música.
Como siempre después de un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil, uno se pregunta: dados los méritos indiscutibles de estos jóvenes, ¿será capaz el país de crear las condiciones para acogerlos en una instancia profesional que garantice que tanto talento no se desperdicie?