Así se titula el libro publicado en 2009 por la periodista Margarita Serrano, basado en extensas conversaciones con quien fuera para muchos el arquitecto de la transición chilena a la democracia. Este mes se cumplen diez años de su partida, y en noviembre serán dos desde que lo hiciera Margarita. Es un buen motivo para rememorar ese encuentro.
Cuando Margarita me comentó su proyecto pensé que sería imposible convencer a Edgardo de hablar sobre sí mismo, pues su vocación de pasar de anónimo por la vida era proverbial. De hecho, cuando se le propuso, su respuesta fue que no entendía qué interés podía despertar su persona, aunque galantemente agregó: “pero a Margarita no le puedo decir que no”. Así fue como semanalmente, por varios meses, ambos se instalaron en las oficinas de Cieplan a dialogar. A veces nos topábamos casualmente y le preguntaba qué tal iba el ejercicio: “está entretenido, pero no sé a quién puede interesarle”, respondía.
Parecía obvio que el resultado sería un texto que versaría sobre políticas públicas, evitando las referencias al personaje de carne y hueso. Pero finalmente pudo más el talento de la periodista que el autocontrol del entrevistado. Con una escritura tersa y delicada, el libro va deshojando la génesis de un hombre público del siglo 20. Va emergiendo su vida de pensionado en el barrio Brasil, donde nacen sus primeros amores y amistades. Su paso por la universidad, que en su caso se repitió varias veces, pues fue un estudioso infatigable. El ingreso al servicio público, primero a través del departamento de tránsito de la Municipalidad de Santiago, para terminar como director de Presupuesto en el gobierno de Frei Montalva. La actividad académica, que lo llevó al decanato de la Facultad de Economía y posteriormente a ocupar la rectoría de la Universidad de Chile en los turbulentos años de la Unidad Popular. Su papel como creador y animador del Grupo de los 24, la primera plataforma que unió a personalidades —desde comunistas a derechistas— que estaban por el retorno a la democracia. El rol que tuvo, junto a Gabriel Valdés, como creador y articulador de las ideas que darían vida a la alianza entre el centro y la izquierda, y serían posteriormente el cimiento intelectual y la hoja de ruta de la transición. El papel que ejerció como dirigente político, cooperando con su amigo Patricio Aylwin para diseñar y ejecutar la estrategia política que desembocó en el triunfo del No en el plebiscito de 1988. Su labor de negociador, ante el régimen, para cambiar la Constitución, y ante los partidos de la Concertación, para definir el programa de gobierno y su composición. El lugar que ocupó en La Moneda, como articulador, intérprete y realizador de la voluntad presidencial, con obsesiones que solo el tiempo permitiría calibrar en todo su valor, entre ellas la necesidad de la apertura de Chile hacia el Asia Pacífico. Y su trabajo como senador, tejiendo acuerdos sobre reformas tan importantes como el Plan AUGE.
Edgardo Boeninger marcó a quienes lo rodearon, incluyendo a sus adversarios. Sobresalía por su descomunal capacidad de trabajo (la única licencia que se daba era mojarse la cara entre reunión y reunión), por su incansable curiosidad intelectual, por su infatigable jovialidad y buen humor, por su pasión por el baile y la hípica, y encima de todo, por su insobornable humildad. A través de su figura, el libro de Margarita Serrano nos conecta con un Chile que consiguió algo que parecía imposible, lo mismo que hoy se vuelve a requerir con fines diferentes: pasar del escepticismo a la acción, del fanatismo al diálogo, de la desconfianza a la esperanza.