Mis terrores nocturnos de la infancia tenían que ver con la posibilidad de que alguien alguna vez “apretase el botón”.
“El botón” era el dispositivo que detonaría la bomba atómica y provocaría la Tercera Guerra Mundial y el fin de nuestra especie. Lo imaginábamos de color rojo, en un maletín que acarreaban para todos lados los líderes ruso y yanqui de turno.
Ustedes probablemente ya hicieron los números y se percataron de que viví mi infancia en plena Guerra Fría.
Lo bueno es que después cayó el Muro de Berlín (¡se cumplen 30 años en noviembre!) y la amenaza del botón se esfumó. Pero lo que no desapareció fue el miedo a la extinción de la vida en la tierra.
Al poco tiempo del desplome del Muro (en 1989) surgió, primero como un murmullo, más tarde como un grito, la tesis de que el mundo se podría acabar por razones medioambientales. De hecho, en 1992 se firmó el primer Convenio de la ONU sobre el cambio climático.
Han pasado casi tres décadas y hoy este tema se habla en “modo Greta”.
“¡Estamos en el comienzo de una extinción en masa!”, vociferó, como emitiendo un aullido ronco, Greta Thunberg —la joven activista sueca— el pasado viernes 20 ante una multitud en un parque en Nueva York. Yo estaba ahí, a pocos metros de ella. Quedé aterrado. Recordé mis noches de insomnio en plena Guerra Fría. Y pensé en los niños y los jóvenes que escuchaban a Greta al lado mío en el parque.
Me temo que ellos, la “Generación Greta”, como imagino que comenzaremos a llamarle a ese segmento etario, deben tener las mismas pesadillas y desvelos de la “Generación del Botón”.
Es que esto ha ocurrido siempre. O fueron las Siete Plagas, o el Apocalipsis, o las Profecías Mayas, o el colapso cibernético del año 2000, o Nostradamus, o la doctora Cordero, o el sismólogo de Canal 13. El fin del mundo ha estado siempre lejos y cerca al mismo tiempo. Vivimos la vida en función de la muerte. Por eso usamos relojes. Tic toc.
Mi punto es que hay que tomar con calma y sabiduría el discurso de Greta. Entender lo que simboliza, sin entrar en pánico. Recuerden que va a venir a nuestro país y se va a quedar un buen rato. No sé si su visita será tan larga como la de Fidel Castro en la época de la UP (el propio Allende no hallaba cómo mandarlo de vuelta a su isla), pero podría estar varias semanas.
Y aquí va a decirnos cosas muy duras. Dirá que somos unos miserables que le robamos su infancia y que nos preocupamos de puras leseras, como el crecimiento económico, en vez de ocuparnos de lo urgente: la “extinción en masa”.
Y si alguien dice que, por el contrario, para tener un mundo más verde y menos contaminado es necesario el crecimiento económico, para así financiar las nuevas tecnologías limpias, capaz que sea fulminado por Greta.
Pero el camino no es cargar contra Greta ni perder los estribos. Hay que conservar la calma y explicar las cosas con buenas palabras. El otro camino conduce a la derrota segura. El ejemplo más nítido lo vimos esta misma semana y la víctima fue el presidente de las AFP.
Si caemos en la tentación de llevar esta conversación en “modo Greta” a los gritos, la extinción en masa está garantizada. Partiendo por sus detractores.