Olinka, de Antonio Ortuño (1976), es varias cosas a la vez: un
thriller; una acusación en contra de los carteles de la droga; una radiografía sociopolítica de Guadalajara, la segunda ciudad de México, y en lo fundamental, una historia de las personas cuyas vidas se ven entrelazadas por el crimen y la traición en un país que, para el autor, parece que ya es un país fallido. En términos generales, la novela funciona bien en cada uno de estos ámbitos, pues posee acción a raudales, describe los procedimientos del narcotráfico organizado y la participación de entes fiscales que lo fomentan, disecta sin piedad a la capital del estado de Jalisco, hoy un paraíso de estafas monumentales y, sobre todo, nos entrega un conjunto de biografías de quienes hacen posible la impunidad del delito a gran escala. Ortuño ha publicado una quincena de libros, ha sido varias veces premiado y la crítica internacional lo ha aplaudido sin reservas, por lo que uno tiene derecho a esperar solidez y calidad en
Olinka. Sin perjuicio de defectos menores, la ficción cumple con las expectativas que ofrece y además es amena, a ratos absorbente, y se lee sin tropiezos.
Olinka no es un relato agradable: Ortuño se solaza en situaciones de gran truculencia, de violencia repugnante, de atrocidades inimaginables; incurre con frecuencia en la diatriba histérica; a lo largo de toda la narración no encontraremos a nadie mínimamente simpático, sino a hombres y mujeres de un cinismo sin paliativos; en suma,
Olinka es para estómagos fuertes. Quizá todo esto sea inevitable dados los temas que se tratan, aunque da la impresión de que Ortuño busca el efectismo como un valor en sí mismo.
El protagonista de
Olinka es Aurelio Blanco, quien permanece en prisión durante 15 años por infracciones que nunca cometió, pero que se presta para pasar una temporada en el infierno para salvar a su suegro, Pedro Flores, poderoso empresario de la construcción ligado con toda clase de asesinos. El fraude de
Olinka consiste en una urbanización de lujo, levantada mediante turbios negocios, en los que participan tanto mafiosos locales como inversionistas norteamericanos y que se ha edificado gracias a despojos de tierras comunales y expulsiones de los primitivos habitantes del condominio (léase desapariciones forzosas). Lejos de exhibírsenos como un ciudadano ejemplar, Blanco resulta alguien poco atractivo, si bien comprendemos su deseo de venganza. De origen humilde, se enamora perdidamente de Alicia, hija de Pedro, la que se encapricha con él, y como nuestro héroe es bastante caído del catre, se casa con la bella Alicia para evitar un escándalo a los Flores: la muchacha queda embarazada en oscuras circunstancias y Blanco salvará el honor de la familia. Hay que agregar que el modesto chico asumió la culpa de Pedro Flores con la promesa de que saldría pronto de la prisión, promesa que nunca fue cumplida.
Apenas recupera la libertad, Blanco se enreda con Estrella, estupenda abogada de la firma de atorrantes picapleitos que se hicieron cargo de su defensa. Pese a los consejos de Estrella, en el sentido de que huya al extranjero, el único objetivo que Blanco persigue es ajustar las cuentas con su exjefe, su exmujer y encontrarse con Carla, su hija. De manera que decide visitarlos en sus suntuosas mansiones. Las sorpresas que le aguardan son mayúsculas. De partida, el magnífico conjunto residencial es una ruina. Acto seguido, se topa con Carla, quien grita a los cuatro vientos que detesta a su papá. Wendy, novia de la joven, logra calmarla y a la postre es el único personaje de
Olinka que muestra rasgos bondadosos. Con Alicia todo sale mucho peor que lo esperado: reniega de su exmarido, lo califica de imbécil al servir para los manejos de Pedro Flores, solo larga palabras denigratorias hacia quien la amó con fidelidad. Con todo, el conciliábulo definitivo tendrá lugar con el patriarca. Sin embargo, está arruinado, se ha convertido en un alcohólico redomado y nada puede hacer por su yerno. Cuando ambos van a recurrir a las pistolas, aparece otro actor, al que ya conocíamos desde las primeras páginas de
Olinka: Jacobo, actual pretendiente de Alicia, vale decir, de su fortuna. Como una buena ranchera, los problemas se solucionan a balazos, con la diferencia de que en esta ocasión es una dama la que empuña el instrumento mortal.
Olinka es mucho más que una tragedia que afecta a tres generaciones sumidas en el dinero negro. Al final, se transforma en un retrato coral del caos, el descontrol, la inmoralidad desatada de las urbes contemporáneas.