Esta es una película doblemente curiosa. Primero, porque trata de un caso cuyas resoluciones judiciales están aún en curso. Segundo, porque se basa en una “historia verdadera” en apariencia lejana de la práctica de ficción que caracteriza a François Ozon.
La historia es sobre las denuncias por abusos pedófilos en contra del sacerdote Bernard Preynat y del ostensible encubrimiento del cardenal de Lyon Philippe Barbarin, que fue condenado por tal delito a seis meses de prisión el 7 de marzo pasado y unos días después renunció a su cargo de arzobispo. Barbarin fue uno de los principales candidatos a Papa en el cónclave del 2013.
El relato se estructura en tres partes, nítidamente diferenciadas, aunque no hay ningún intervalo que las separe. La primera sigue el caso del primero de los denunciantes, Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), un católico observante que en junio del 2014 informó al cardenal Barbarin el abuso de Preynat durante cuatro años en el grupo scout de Saint Luc. La segunda agrega a François Debord (Denis Ménochet), ateo, que toma el liderazgo de las acusaciones y comienza a reunir a víctimas de distintas generaciones, dirigiendo su inculpación sobre el cardenal. La tercera pertenece a Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud), un hombre muy dañado, que fue un niño de inteligencia superior y sufrió el acoso feroz e implacable del cura.
Las historias abordan los aspectos más espinosos, como la actuación de los padres de las víctimas y la vacilante conducta de la Santa Sede. Uno de los más perturbadores es que el padre Preynat no niega las acusaciones y admite que sufre de pedofilia, sin que sus superiores hayan hecho nada eficaz para alejarlo de los niños.
Ozon, cineasta inteligente, se pone del lado de la ira de las víctimas, pero no elude la perplejidad de la Iglesia Católica. La película se inicia con un obispo que levanta el cáliz desde la terraza de la catedral, sobre los techos de Lyon, y se cierra con un plano del mismo templo visto desde la calle, con sus luces elevadas en la noche lyonesa, traducción delicada y oblicua del cambio de perspectiva de los fieles y de la pregunta más ineludible: ¿se puede seguir creyendo?
Este es el Ozon de siempre, el que duda, el que abre sus relatos a la ambigüedad de la realidad, sin poner en cuestión la veracidad de sus protagonistas.
Por gracia de Dios eleva el problema de los abusos sacerdotales a sus dimensiones más inabordables, el quiebre de la confianza y el deterioro de esa fe sobre la cual no se pronuncia, pero cuya existencia reconoce.
Esta es la película sobre el colapso sacerdotal que no se había hecho desde
Mi secreto me condena, de Hitchcock (en la dimensión de la culpa), y
El cardenal, de Preminger (en la dimensión del poder), actualización de las contradicciones inherentes al magisterio de lo inexplicable. Una cinta sin respiro, dolorosa, indispensable.
Grâce à DieuDirección: François Ozon.
Con: Melvil Poupaud, Denis Ménochet, Swann Arlaud, Éric Caravaca.
137 minutos.