Alta Lake Investing se llamaba la sociedad que Jorge Luis Sampaoli constituyó en el paraíso (fiscal) de las Islas Vírgenes para recibir, en su momento, el “suple” de su contrato regular como entrenador de la Roja. Rotulado bajo el concepto de “Comercialización y Licencia de Derechos de Imagen”, en esta fruncia se sumergieron también sus adláteres Sebastián Andrés Beccacece y Jorge Alberto Desio, a través de las no menos elegantes Greenboro Investors y James Bay Investors.
Esta es una serie de larga data —de la cual Deportes ofrece hoy un capítulo estreno— pergeñada en el ya lejano 2012 por la ANFP que dirigía el ahora confeso infractor de leyes federales Sergio Jadue Jadue.
No viene al caso en esta columna opinar sobre las razones que se esgrimen de lado y lado para tironear los dólares en cuestión, ni tampoco de los métodos usados para defender la hacienda de cada cual, pero sí para detenerse un momento, justamente, en lo que cautelaba ese contrato adicional: la imagen de Sampaoli.
¿Qué imagen dejó acá el último técnico en sacar a un equipo chileno campeón continental de clubes y el primero en conseguir una Copa América con la selección?
Si la muestra de la pregunta incluyera exclusivamente a los hinchas de la U, la respuesta mayoritaria sin duda navegaría entre “maravillosa” y “excelente”. Una imagen imborrable, por esa Copa Sudamericana, pero también por sus historias con Colo Colo, que incluyen el 5-0 en el Nacional y ese grito desaforado, brazos al cielo, buzo azul a medio abrir, en pleno pasto del Monumental, celebrando el cabezazo maldito del “Señor Molinas” que le prodigó un empate en el último minuto de descuento ante los albos.
Pero si la pregunta se abre a la población nacional completa, la respuesta probablemente variará y no poco. Es cierto que influye su relación con Jadue, contaminante para él como lo es para casi todos los que tuvieron estrecha complicidad con el expresidente de la ANFP en sus horas felices. Pero no es solo eso.
Es también la intuición de que, más allá de su fraseología y sus muletillas (el “amateurismo”, la “pasión desmedida”, la “defensa del escudo”), más allá de su tenacidad y de su extraordinaria comprensión del juego, habita en Sampaoli otra pulsión, otra hambre, menos noble, que puede llevárselo todo: la plata.
¿Que cualquiera, llegado el caso, puede pecar de lo mismo? Seguro que sí.
¿Que nadie trabaja gratis y busca siempre que le paguen lo máximo posible? También.
El problema con Sampaoli es que esa voracidad debe consumirse al mismo tiempo que su amor por Chile, los chilenos, la Roja, el fútbol, entidades abstractas impolutas. El sandwich de Jorge se come con todos los ingredientes. No hay otra. Y sabe mal. “Nunca imaginé que en tan poco tiempo se iba a destruir la imagen de un ídolo que tanto le dio al fútbol chileno. Estoy francamente decepcionado”, dijo antes de partir de la selección.
Hoy ha vuelto a hacer noticia en Chile. Y ya sabemos por qué.