A los 26 años, la estadounidense Casey Kurtti le dio con el palo al gato en su debut como autora teatral con “Colegio de monjas”, inspirada en su propia educación parroquial. Comedia menor, sin duda, pero muy gustadora entre las señoras que de jóvenes pasaron por esos planteles; desde su estreno en Off Broadway —en 1982— hasta hoy, no ha dejado de reponerse en distintas plazas, aunque de manera cada vez más esporádica. Tanto que donde se haya montado se pega por varias temporadas, por ejemplo en Buenos Aires, siempre que la entrega logre la nota de nostalgia y humor, y su cuarteto de actrices animen unas caracterizaciones creíbles y deliciosas.
Aquí debutó en 2007 y la dirigió Rosita Nicolet en su desaparecido Teatro Alcalá, y si bien el resultado fue solo eficaz, estuvo cuatro meses en cartel e hizo una gira nacional. Ahora vuelve en una nueva versión retomada por otro español avecindado en nuestro país, Jesús Codina (quien ya había insistido con otra obra estrenada por ella, “Toc Toc”, sin mejorarla). Tichi Lobos es la única actriz que se repite en el nuevo elenco.
De estructura episódica, el relato sigue a través de nueve cuadros el proceso educativo de cuatro alumnas de uno de esos colegios, desde 2° básico hasta su graduación. Ocurre en los años 60, lo que permite evocar una época pasada; la adaptación local ambienta la ficción en Chile e incluye alusiones a ese convulsionado período y el resonar de canciones
hit en esos años. La originalidad de la pieza es que cada una de las actrices tiene su momento para encarnar además a un diferente tipo de monja de personalidad seca y amarga, a fin de retratar la relación entre las colegialas y sus profesoras.
Con su tono ingenuo y a veces hasta pueril, este anecdotario sobre vida escolar deja entrever el paso de unas niñas a la adolescencia, desde sus primeras inquietudes sexuales hasta sus dudas sobre la figura de Dios. Ellas empiezan a preguntarse si las enseñanzas de sus maestras con su moral represiva y castigadora, no torcieron su formación en más de un sentido. Pero dado el formato, no hay ciertamente en ello nada muy profundo.
El rasgo que determina esta versión es el recorte de su texto al menos en un tercio. En el registro histórico el montaje siempre duró 90 minutos, también en Santiago. Por las razones que sea (quizás, suponemos, no quiso cansar a su platea de adultas mayores de la comuna en que se da), este se toma solo una hora. Como no pocos de los detalles, matices y giros quedaron afuera, lo que ya era ligero, ahora se reduce al mínimo indispensable, lo más esquemático y obvio. Sin frescura ni un respiro de humanidad, la sucesión de cuadros pasó a ser una serie de simples
sketches.
Otra limitación es que los desempeños actorales fueron trabajados notoriamente sin mayor exigencia (nos informan que la producción tuvo pocas semanas de ensayo). Lo peor está al comienzo, con los personajes como niñas de primaria. Jenny Cavallo es quien mejor sale parada del esfuerzo, pero Lobos —ingratamente sobreactuada— hace una caricatura fácil de su rol de antaño. Igual, una parte de las espectadoras parece reconocerse, agradece y se ríe; lo cual nos lleva a lamentar cómo con el devenir del tiempo nuestro público ha aprendido a satisfacerse con muy poco.
Corporación Cultural de Las Condes. Viernes y sábado, a las 20:00 horas. Domingo, a las 19:00 horas. Hasta el 6 de octubre.