Los hijos de este mundo, no son solo astutos, sino rápidos, nuestro personaje resuelve casi de inmediato: “ya sé lo que voy hacer” (Lucas, 16, 4). Este evangelio me recuerda que hace dos semanas me avisó la secretaria por correo que había escrito una persona que quería ayudar en la parroquia. Lo anoté en mis tareas, pasó una semana y no llamé. Y la segunda semana se presentó personalmente en mi parroquia con una sonrisa. Le pedí perdón a él por mi mal ejemplo y al Señor por tener un hijo tan pavo.
Pero quería quedarme con unas palabras que nos ayudan mucho cada día en nuestra vida cristiana: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto” (Lucas 16, 10). Jesús utiliza también esta expresión “fiel en lo poco” en la parábola de los talentos, para dar un criterio de santidad: “Muy bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor” (Mateo 25, 21).
Es cierto que el Señor hizo muchos milagros en el evangelio, pero solo en sus últimos tres años. En la mayor parte su vida fue un niño normal, que creció con naturalidad, ayudó a su padre José en su trabajo y al final, estando ya solo con María, continuó realizando bien su oficio, cumpliendo con fidelidad los deberes de cada día.
Cuando el Señor habla de la fidelidad “en lo poco”, se acuerda de la luminosa vida de Nazaret, donde no hay lugar para hazañas deslumbrantes y el amor de Jesús se desborda en lo concreto de cada día.
“Como has sido fiel en lo poco, yo te confiaré lo mucho: entra en la alegría de tu señor” (Mateo 25, 21). Hasta el siglo XX la santidad en lo corriente no estaba bien asimilada en algunos ambientes de la Iglesia. Los santos eran asociados a conductas muchas veces extraordinarias. Uno de los biógrafos de San Luis Gonzaga –mi tocayo– afirmaba que casi recién nacido en cuaresma no se alimentaba de su madre. Es probable que se trate de una sobre interpretación. Yo prefiero celebrarme para San Luis Rey (Ludovico), un buen rey, que se preocupó de su nación y de los más pobres y que murió en su segunda cruzada por una enfermedad. Una vida muy normal.
Esto no es “empequeñecer la santidad”, sino darle contenido al mandamiento del amor, porque con ese mismo corazón con que amamos a la mujer o al marido, a los hijos, amamos al Señor: “¿No has visto en qué "pequeñeces" está el amor humano? –Pues también en "pequeñeces" está el Amor divino” (Camino, 824).
La pobre viuda deja en el templo su pequeña limosna, y no está el mérito en lo poco, sino en el amor, en su generosidad, en su sacrificio para amar: “El Señor lo ha jurado por la Gloria de Jacob: No olvidaré jamás ninguna de sus acciones” (Amos 8,7).
Para un cristiano, no hay cosas pequeñas, todo es grande cuando se hace por amor. Por eso hemos errado el camino si pasamos por alto detalles de educación, puntualidad y cortesía con los demás. Más aún con el Señor, cuando no nos preocupamos de nuestra presentación para ir a Misa, de nuestra genuflexión al entrar a la iglesia o capilla, cómo me persigno en la bendición de la comida, etc.
Hace años me decía una persona: “Los millones se cuidan solos, donde hay que esmerarse, es en las monedas”.
En el trabajo este ser “fiel en lo poco” se traduce en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante, “poner amor en las cosas pequeñas de vuestra jornada habitual, descubriendo ese algo divino que en los detalles se encierra” (Conversaciones, 116).
El Salmo de hoy: ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que habita en las alturas y se abaja para mirar al cielo y a la tierra?” (Salmo 113 (112) 5-6), nos recuerda que Jesús mira “esas luchas que llenan de gozo al Señor, y que solo Él y cada uno de nosotros conocemos” (Amigos de Dios, 8).
“El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?”(Lucas 16,10-12)