Estamos en un gran momento: la semana de Fiestas Patrias. Todos nos hemos preparado para celebrarlas. Estas se originan en hechos ocurridos hace más de dos siglos y que prometían bienestar futuro. Seguimos considerándolos como si fuera ayer y el futuro estuviera aún por hacer. Esto ha producido una insatisfacción respecto de las sucesivas ideologías que han presidido nuestra vida, las que nos han alejado de la realidad de cada momento. Hoy este fenómeno se manifiesta en despreocupación frente a la vida colectiva, permitiendo a pequeños grupos expresarse con diversas formas de violencia que afectan al orden institucional y al espacio público.
La deficiencia educacional, vacío fundamental para el desarrollo de cualquier trastorno social, es una fuente primera. El poco sentido de civismo y de consideración hacia la sociedad que entregan los años escolares abre la puerta social a la apatía, la tolerancia y hasta la propensión a sobrepasar todo marco de convivencia, haciendo prevalecer los intereses individuales. Tampoco el mundo político premia el esfuerzo y la superación, sino que, por el contrario, pareciera que se destacan la dejación y la ausencia de colaboración con el país.
De aquí a exigir que el Estado resuelva los problemas y presiones singulares a los múltiples grupos de la sociedad hay un paso. Es esta una forma sutil pero aguda de violencia grupal. La vaguedad en las argumentaciones políticas y de todo orden, unida al lenguaje y las actuaciones estridentes y equívocas contribuyen al doble o múltiple estándar que se ve a diario en las personas, en los grupos e, incluso, en las mismas autoridades superiores que legislan, juzgan o ejecutan de modo que debilitan la vida y el orden institucional.
Lo complejo de la realidad y nuestra natural limitación para comprender todos los sucesos facilitan que pequeños grupos se impongan por la fuerza para impactar y beneficiarse a costa del real interés de la mayoría. Nunca tendremos la suficiente capacidad para sobreponernos a estas presiones envueltas en supuestas buenas intenciones y tampoco es cosa de que unos pocos muy destacados nos conduzcan. Lo importante es actualizar y cuidar con tenacidad el marco institucional para defender los esfuerzos cotidianos de cada uno y de todos en conjunto. El objetivo es que al pasar de los años podamos mirar el tiempo transcurrido y constatar que nuestros esfuerzos de la vida, individuales y colectivos, nos dan motivos y respaldan las celebraciones.