Lo más interesante de “Lemebel” es, huelga decirlo, el mismo Lemebel. El documental de la chilena Joanna Reposi funciona en la medida en que le da espacio al personaje vital, teatral, egocéntrico y genial que fue el escritor y artista visual Pedro Lemebel (1952-2015). Aparentemente, Reposi tuvo acceso a Lemebel durante los últimos años de su vida y trabajaron juntos en revisar algunos de sus registros con el fin, quizá, de preparar el documental que hoy tenemos a la vista. “Aparentemente” y “quizá”, porque la cinta no aclara lo que Lemebel tenía en mente cuando comenzó a reunirse con Reposi, que, sin embargo filmaba, según ella misma cuenta en la cinta, por propia solicitud de Lemebel. Pero, ¿por qué Lemebel quería ser filmado? ¿La idea se originó cuando le detectaron el cáncer en la laringe o fue antes? ¿Quería construir una versión propia de su trabajo, de su afán? ¿O tenía en mente otro proyecto, de dimensiones menos expresamente testimoniales? ¿Algunas de sus últimas performances las hizo para la cámara de Reposi o ella solo estaba ahí? Lemebel sabía improvisar, pero era un artista muy consciente y lúcido respecto a lo que estaba haciendo y, en especial, respecto a las dimensiones políticas de su trabajo. Buena parte de lo que elaboró como artista visual, a través de sus performances y fotos, consistía en puestas en escena jugadas, algo radicales para el gusto masivo pero con gran atención estética a los detalles. De forma que este tipo de preguntas parece pertinente. Pero Reposi da muy pocas pistas.

Su documental, de hecho, evade explícitamente las explicaciones. Los testimonios que hablan de Lemebel solo intervienen como voces fuera de cámara. Los registros de performances tienen escasas referencias a los años o sus contextos. Tampoco se precisan los años de las entrevistas rescatadas o de los libros publicados. Todo se juega, más bien, en un collage fragmentado, donde el espectador obtiene cuadros, momentos, atisbos. En ese sentido, como otros documentales recientes, este no investiga, sondea ni explora, sino que trasmite impresiones.

Por otra parte, es difícil saber si todas ellas son acertadas. Como está, “Lemebel” se siente algo desbalanceado, como si sus imágenes no estuvieran totalmente asentadas. La música incidental suele estar demasiado presente y entrega un tono extremadamente sombrío, como si la marca de una muerte prematura o de un alcoholismo persistente bastaran para opacar la vida de Lemebel, cuando las mismas imágenes nos hablan de un artista corajudo, de energía inagotable y humor afilado, un efecto muy semejante al causado por sus textos. Un desbalance parecido se siente en las texturas impuestas a algunas imágenes y en el uso de recursos visuales no del todo comprensibles, como la proyección de imágenes de Lemebel sobre una especie de maniquí o molde con forma humana, algo que dramatiza aún más los gestos de sus fotografías (¿una idea del propio Lemebel o de la directora?).

Ahora, siendo Lemebel quien fue, el espectador termina por agradecer la reunión de registros y de entrevistas y el tener acceso a Lemebel visitando el departamento donde creció o verlo revisando viejas diapositivas. En una de esas ocasiones, Reposi filma un momento especialmente emotivo, cuando Lemebel mira una diapositiva de su madre y dice, espontáneamente: “Mi mami”. Y luego de algunos segundos, lo repite: “Mi mami”. Y luego lo vuelve a repetir: “Mi mami”… “Mi mami”.