Se recordó por estos días el paso de Reinaldo Rueda por la selección de Honduras, país que sufrió un golpe de Estado en 2009 justo cuando el entrenador colombiano vivía la recta final de lo que sería la clasificación “catracha” al Mundial de Sudáfrica.
La crisis política de hace una década obligó a Rueda a moverse con habilidad en esas aguas, manteniendo a salvo la unidad de su grupo de jugadores cuando el país se caía a pedazos. Meritorio sin duda. Agradecidos por eso —y por llevarlos a un Mundial después de 28 años— los nuevos gobernantes le darían incluso la carta de ciudadanía al profesor, que dejaría con lágrimas el país centroamericano en 2010. Muy querido Rueda allá, se notó en la visita de la Roja.
Pero estas habilidades “blandas”, este saber comunicarse y entenderse con los otros, han sido puestas en entredicho ahora en Chile. Más allá del desempeño en cancha, que tampoco genera gran aprobación, las formas de Rueda para encarar el conflicto aún encendido en las trincheras de Bravo y Vidal son materia de controversia.
Están, por supuesto, los que creen que la selección es un regimiento y ven con espanto cómo el general Rueda ha permitido que se le solivianten las tropas. Cómo en vez de rayar la cancha —en la lógica de “al que le gusta, bien, y al que no, se va”— ha permitido flexibilidades y, claro, le agarraron el codo. La última cucharada de esta sopa la sirvió el propio Bravo, al término del partido en San Pedro Sula, cuando pidió sin ambages el regreso de Marcelo Díaz.
Pero están también los que creen que la selección es casi un voluntariado (podría entenderse derechamente así si no les pagaran), una institución que debe agradecer la presencia de todos y cada uno, porque los entiende indispensables para sacar adelante una tarea muy difícil y específica (el rubro fútbol profesional tiene un universo acotado de “voluntarios” competentes ), y valora al líder que puede lidiar inteligentemente con las emociones y los egos. Nada de manu militari ni huifas.
Y aunque hay grises en este arco, los datos parecen indicar que Rueda se inclina más por la segunda definición y que, superado el trance de la marginación de Bravo de la Copa América, su tiro es conseguir que el plantel esté formalmente “reunificado” en marzo del próximo año, cuando empiecen las eliminatorias.
Para arribar a ese puerto, el colombiano ha sabido soportar desaires, mañas, declaraciones altisonantes, medias verdades, pinches likes en Instagram y todo tipo de manifestaciones juveniles y no tanto, coronadas por el desplante ecuestre de Vidal y su novia cuando se suponía que tenía que estar guardadito en Barcelona. En fin.
No ha sido fácil la vida para Rueda, pero él sabía la chichita con la que se iba a curar. No nació ayer.
El caso es que si lo logra, esto es, si consigue juntar al grupo por primera vez en octubre o a más tardar en noviembre, si domeña a la banda de la “Roja sin sapos”, exbanda “Pitillo”, o como quiera que se llame ahora, si suaviza las rabias de los renegados y de los sapos propiamente tales, si tranquiliza a los que vienen recién llegando, si fusiona toda la caterva de lotes o piños y conforma nuevamente un plantel estable con los mejores jugadores de fútbol de Chile (nada menos), pues entonces habrá que colgarle una medallita.
La siguiente vendrá cuando el equipo empiece, por fin, a jugar sistemáticamente bien. Si es que.