Por Andrea Lagos
“Cuando entres a la Iglesia, no mires para adelante, mira hacia arriba”, advierte un católico de mediana edad. Cuando va a misa, jamás fija la mirada en el sacerdote. El cura simboliza, para él, la “fruta podrida”.
En el Vaticano aún ignoran cómo reformular la “marca” Iglesia Católica. Se dan vueltas mientras lidian con la crisis mundial de abusos sexuales y de encubrimiento del clero. El desprestigio es máximo. La Iglesia está en el suelo. O muere como institución o renace, pero ¿y mientras?
Algunos insisten en vivir la fe y se están rearmando desde abajo, lejos de la jerarquía, en soledad o en grupos.
En Estados Unidos, mujeres de 20 y 30 años se internan en conventos —muchos de claustro— para conectarse con Dios. Son millennials, la generación menos creyente de todas. El aumento del ingreso a los conventos femeninos en EE.UU. registra, por vez primera en 50 años, números positivos. Ser monja es mejor visto que ser cura. Los abusos de religiosas han sido escasos. Y existe la expectativa de que con la crisis, el activismo femenino, y la cuestionada gestión del Papa, las religiosas logren, por fin, ser sacerdotisas.
En Burlingame, California, se vive una exitosa experiencia que será exportada a otros conventos. Se llama Nuns and nones (Monjas y otros). Son grupos de hombres y mujeres progresistas, también millennials, que están en búsqueda. Se resisten a emigrar al protestantismo, budismo o a otras espiritualidades. Prefieren convivir con Las Hermanas de la Misericordia por 6 meses. Van a sus trabajos en el día y, por la tarde, pasan tiempo con las monjas. No les interesa conversar sobre la fe. Les atraen los ritos católicos y, sorprendentemente, los votos de obediencia, pobreza y castidad de las monjas.
La religión vivida desde un santuario, en conexión vertical con Dios, es opuesta a la popular Iglesia chilena de los años 60, 70 y 80, orientada a los pobres y a los oprimidos; la Iglesia en la tierra. Sus defensores critican ahora como una “nociva regresión” la de quienes ignoran que “el cristianismo se practica en el mundo y con la gente”. Sin embargo, esta vuelta atrás —tipo culto medieval— tiene su razón de ser. La Iglesia no tiene una mejor oferta. Es más, no tiene ninguna oferta. En el catolicismo, cada cual se está rascando con sus propias uñas.
No debe ser nada de fácil mantener la fe alejado del mundo, pero más difícil (y, a veces, hasta inexplicable) es creer aún en Dios y en Jesucristo cuando tantos de los que condujeron a los católicos en su religiosidad —sacerdotes y obispos— han sido autores o encubridores de terribles delitos.
Hoy, juzgar a quienes han optado por practicar la fe mirando solamente hacia arriba parece una injusticia.
En el intertanto, una ironía de la Iglesia chilena: en una parroquia, grupos de laicos juegan con tarjetas tipo Monopoly. Deben responder preguntas. Y una de ellas dice: ¿Me imagino el futuro de la Iglesia?