En política, la expresión “jarrón chino” se utiliza para describir a los exgobernantes: todo el mundo los supone muy valiosos, pero nadie sabe dónde ponerlos.
La analogía es del expresidente del gobierno español Felipe González, quien la planteaba de manera más completa: decía que los mandatarios retirados eran como un jarrón chino en un departamento pequeño, del que se esperaba en secreto que algún día un niño le diera un codazo y lo rompiera.
El diputado Jaime Bellolio aún no ha sido Presidente de Chile —no descarto que llegue a serlo—, pero ya es un jarrón chino. Lo probaré.
Esta semana el diputado decidió responderle de igual a igual al embajador de la que se convertirá dentro de poco en la principal potencia del mundo: China.
Todo comenzó cuando en este mismo diario se publicó la fotografía de Bellolio junto al joven activista Joshua Wong, quien lidera las protestas de ciudadanos de Hong Kong en contra del gobierno de Beijing. El embajador chino en Chile, Xu Bu, protestó con una carta que fue respondida por el diputado, y así se fueron en intercambio epistolar durante toda la semana.
Si el diplomático chino pensó que acallaría a Bellolio, se equivocó. Por el contrario, este recibió el apoyo hasta de Gabriel Boric, con quien se ubica en veredas distintas de la política.
Es decir, en vez de sofocar el alzamiento de los jóvenes dirigentes hongkonenses, la dureza de la reacción del gobierno chino más bien ha provocado que se sigan levantando jóvenes dirigentes en distintas partes del mundo para llamar la atención sobre la carencia de libertades en China.
Es que la cultura
millennial es brava.
Utilizaré aquí un dicho chileno —dada la cercanía de las Fiestas Patrias— para entregar mi posición: los chinos no sabían “con la chichita que se estaban curando” al condenar a Bellolio por su solidaridad con Wong.
Y ahora Bellolio —y sus equivalentes en todas partes— se les transformó en un lío.
Debieron preverlo. El apellido Bellolio se compone de dos partes: “Bello” y “lio”. O sea, es un como un bello lío. Un “lindo cacho”.
Si el embajador chino hubiese reaccionado con menos hostilidad, las cosas habrían sido distintas. Pero se pasó de rosca y eso provocó el río de camaradería que hemos visto en favor de Bellolio. Un río que fue aumentando su caudal con los días.
¿Por qué cometer ese error innecesario? No me convence aquello de que como en el calendario chino es el Año del Cerdo todo lo que viene desde ese país es hoy por hoy “más al chancho” (sigo recurriendo a la jerga rural, por el Dieciocho).
Lo que creo es que China de pronto decidió hacer valer su nuevo poder global y no va a dejarle pasar una a nadie. Ni siquiera a nuestro jarrón chino.
Pero Bellolio no es un jarrón chino según la acepción que patentó Felipe González; lo es porque esta semana representó algo delicado, ancestral y valioso: un símbolo de dignidad. Podremos ser un país pequeño, él será un joven diputado, pero es una autoridad chilena de elección popular que tiene todo el derecho de hacer ver sus puntos de vista… aunque sea criticando a una potencia extranjera.
Bellolio, el bello lío de los chinos, ya entró en el circuito internacional de líderes “rebeldes” que no se callan la boca ante los grandes poderes.
El antiguo chiste que pregunta “¿cómo sale un chino de un lío?”, y que responde que “nadando”, no sé si funcionará en este caso.
Ojo no más con los codazos al jarrón.