La pregunta era incisiva, pero incluía una puerta de salida:
—¿Mario, desde lo humano, no le llega el hecho de que terminado el partido (con Cobresal) los hinchas canten “Salas ya se va”?
Mario, que ya estaba medio mosqueado por las preguntas anteriores que habían aludido a su continuidad en Colo Colo, no usó la puerta humana, pero sí una similar: la divina.
“No me llega. A mí sólo uno me juzga y es Dios. Sigo creyendo en él, en su palabra”.
Fue un recurso retórico extremo: primero, porque el hincha colocolino no tiene un juicio sobre, digamos, el “alma” de Salas; y segundo porque la industria en la que trabaja es una de las más escrutadas del mercado: en el estadio, en la oficina, en la escuela, en la calle, en la casa y en la prensa; en todos lados se juzga y se juzgará lo que haga o deje de hacer el entrenador del equipo más popular de Chile. Hay que saber lidiar con eso y no parece tan buena idea hacerse el sordo.
“No siento los abucheos, el sentir es de pesadumbre, pero yo tengo fe. Hay una fuerza que es superior y que está en mí”, había dicho poco antes, abonando el camino para lanzar lo del juez celestial.
Que Salas se oville bajo un manto de protección “religiosa” envía señales confusas: ¿Es convicción o es terquedad? ¿Es tranquilidad o es desesperación? ¿Es una fe reflexiva o es la fe del carbonero?
Poco y nada le ha resultado a Mario en este segundo semestre, que partió 4 puntos abajo de la Católica y ya va en 13. Ahora bien, tampoco ha tenido mucho de dónde aferrarse, porque en todas las categorías posibles algo le ha fallado. ¿En apuestas personales? Falló Costa. ¿En ídolos? Falló Valdivia. ¿En promesas? Falló Morales. ¿En emergentes? Falló Opazo. ¿En refuerzos? Fallaron Mouche, De la Fuente, Parraguez... Peor aún: se le lesionó su mejor defensa, Zaldivia, y se marchó su mejor volante central, Pavez. Tranquilo no puede estar.
Cuando la ojeriza de los hinchas se centra en un DT es común oír que “no juega a nada”, que es “ratón”, que “no sabe”, pero nada de esto es cierto: Salas tiene una propuesta clarísima, el problema es que cada vez le sale peor. A ratos el equipo incluso se ve desorientado, actuando por inercia, con cada futbolista haciendo “la que sabe” sin discernir bien lo que pide la jugada.
Cualquier convicción futbolera, por profunda que sea, se resiente cuando pasan cosas así.
Por último están las “oportunidades de mejora”. Salas ha sido muy insistente con esta línea argumental: siempre hay en el horizonte, en su imaginario, un Colo Colo vistoso, demoledor, magistral. Hay “oportunidades de mejora”, dice Salas, pero pasa una semana y estas oportunidades o no se toman, o no se entienden o simplemente no existen. Y por eso, lo que “imagina” como un buen equipo de fútbol no coincide “realmente” con un buen equipo de fútbol. Pero ahí va, una y otra vez, convencido de que lo logrará, con fe ciega.
Este divorcio entre el discurso optimista del técnico y una respuesta en cancha cada vez más sombría está convirtiendo a Colo Colo en un equipo macilento, soso, frustrado. ¿Ha perdido Salas credibilidad dentro del plantel? Probablemente sí.
¿Tiene cómo arreglarlo? Probablemente también: es un profesional muy competente.
Pero no este año. Ni con las mismas caras.
Y siempre y cuando los dirigentes honren su palabra. Y si no pierde el clásico, claro. O el segundo puesto.
Bah, será lo que Dios quiera.