Mario Salas pasa por su peor momento en Colo Colo. Los mediocres cinco puntos obtenidos en los últimos siete partidos —de 21 posibles— así lo indican, y tras derrotas y empates que lo dejan sin argumentos reales para pelear el título ha decidido establecer una estrategia comunicacional: reconocer que su equipo no está jugando bien, incluso que es superado por el rival en varias ocasiones, pero también enaltecer públicamente los esfuerzos y disposición de sus dirigidos.
No solo eso. También pone en alto un supuesto ideario filosófico técnico que impone que ellos jueguen con el riesgo, que asuman osadas aventuras porque son ofensivos, presionantes. Unos verdaderos kamikazes que tienen en su ADN el gen del ataque suicida. Y que eso, al final, lo aprovechan los rivales que se defienden y que utilizan los contraataques (o las transiciones rápidas, como se dice ahora) como único y gran expediente para causarle daño a su equipo y robarle puntos.
Está bien. Si Salas siente que diciendo eso puede aquietar algo los encrispados sentimientos de los hinchas albos, okey. Es más, si el DT de Colo Colo cree que entregando esos argumentos en las conferencias los periodistas van quedarse tranquilitos (total, a ellos solo les importa la cuña, pensará), bien también. Ni los hinchas ni la prensa requieren ni merecen análisis más profundos. Con generalidades y uno que otra frase ocurrente basta y sobra.
Vale. Pero el problema es si este es el mensaje que le entrega a sus jugadores. Es decir si Salas, parado frente a sus dirigidos, en la intimidad del camarín, sin testigos ni micrófonos, les plantea el mismo discurso. Ahí sí que el entrenador estaría en problemas.
Claro, porque de ser así estaría demostrando una casi nula capacidad de autocrítica y una total carencia de visualización sobre la real capacidad futbolística que hoy exhibe Colo Colo.
Este equipo albo, ofensivamente hablando, no es una fuerza arrolladora. Es más. Solo a ratos cortos, y generalmente a través de inspiraciones individuales, logra tener a sus rivales algo afligidos. Pero es poquito. Y para peor, si no fuera por Esteban Paredes, no convertiría. Ni siquiera tendría opciones claras. No tiene contundencia Colo Colo. No es un cuadro que maneje variables de ataque. Argumentar lo contrario es ceguera. Majadería.
Tampoco Salas puede estar diciéndoles a sus jugadores que le agrada cómo ejercen presión sobre los rivales, simplemente porque no la ejercen. Al contrario, los adversarios ya entienden que a Colo Colo hay que presionarlo porque los jugadores se incomodan con el ahogo, pierden claridad y terminan entregando el control del partido. Más aún si nadie se erige como un reconstructor permanente de caminos alternativos: Valdés lo hace cuando le da el físico, Valdivia no está casi nunca y a Villanueva aún le queda grande la función. Por eso ahora los albos juegan a la antigua, es decir, a pegarle fuerte y para arriba desde atrás. En una de esas…
Por último, uno debería imaginarse que Salas, en privado, le dirá a Costa que se ponga de una buena vez a la altura del jugador que brilló en Perú. A Insaurralde, que pegue menos y corra más. A Barroso, que se preocupe de salir bien y no solo de hacer el lujito. A Mouche que se integre más a la dinámica colectiva. A Suazo que aprenda por fin de definir bien una jugada de gol. A Opazo que suba cuando vea un claro y no solo por si acaso. Y a De la Fuente que mande aunque sea un buen centro.
¿Será ese el verdadero mensaje de Salas?