En la historia de la educación, un fenómeno sorprendente es la permanente discusión sobre la utilidad de sus contenidos. ¿Aprendemos para adiestrar la mente, para conocer el mundo y comprenderlo, para ser mejores personas, para hacer cambios? ¿O Todas las anteriores?
La escuela, el colegio, ¿son formadores de habilidades o de contenidos concretos?
¿Se acuerda alguien de las batallas y sus fechas, de los héroes que lucharon por la formación de Chile? Poco, o tal vez algunos que tienen nombres de calles. Si se nos permitiera una relación con ellos y su época que no fuera solo un contenido vacío, tal vez la historia sería como son los cuentos: recordaríamos muy bien sus personajes. Pero no es así.
Esto que pasa con la historia universal y con la historia de Chile, pasa menos con las historias familiares. Y eso depende de cuánto y cómo compartimos los padres y abuelos de los tiempos pasados y sus protagonistas.
La psicología reconoce que la sensación de “pertenencia” es fundamental en la formación de la identidad.
Los papás ya no cuentan las historias propias, menos aún de los antepasados, como narrarían un cuento. Lo hacen como si fuera una obligación.
Los psicólogos, psiquiatras, y aun los padres y abuelos, o cualquier profesional que tiene como meta producir cambios en sus pacientes, alumnos o en su descendencia, pregunta por la historia familiar. Es allí donde se aprenden los valores más profundos.
Las nuevas generaciones son entrenadas para escuchar, porque eso es importante para la identidad del hijo. Tienen que sentirse escuchados para no ser inseguros. Cierto. Y qué tal enseñarles también a escuchar, activamente, con preguntas, con dudas, con risas y con llantos.
Conocer la historia de nuestros orígenes es un regalo. También es para los padres una oportunidad de mirar la historia propia. Que los hijos pregunten, ayuda a buscar respuesta también para quien cuenta una historia.
Y si bien es pasado de moda que sean los padres los que determinen lo que quieren contar a sus hijos (niños dioses, como dice un educador alemán), ellos —los niños— determinan mucho más de lo que debieran.
Conocer el pasado es como construir una base de cemento.