Al término del siglo pasado, Leonardo DiCaprio era una de las máximas figuras mundiales del espectáculo. Había alcanzado el estrellato en 1997 con su participación en la película “Titanic”. Tenía 23 años, era completamente atractivo y codiciado, millonario y talentoso.
Pero, con una mano en el corazón, ¿era Leonardo DiCaprio un tipo feliz?
Obviamente. Muy feliz.
¿Por qué a alguien se le ocurriría que una persona a la que la vida le sonríe podría ser infeliz? Era muy común que la gente se hiciera esa misma pregunta respecto de todo tipo de personajes famosos. ¿Era Pelé verdaderamente feliz? ¿Y Luis Miguel, y la Bolocco, y Camiroaga?
Supongo que será la envidia la que nos hace buscar el lado feo a lo rutilante. Como si nos encandilara el éxito ajeno, al punto de dañarnos las córneas.
Me acordé de Leonardo DiCaprio por la campaña que lanzó en redes sociales esta semana a favor de la Ranita del Loa, esa especie endémica que sólo existe en Chile. Con el hashtag#SAVETHELOAFROG!, invitó a todo el mundo a sumarse a la causa. Pero lo más sorprendente fue su mensaje a favor del gobierno de Sebastián Piñera.
Dijo que había hecho un trabajo increíble tratando de salvar a la ranita de la extinción y que hay que apoyarlo para que pueda seguir con esa tarea.
Esa onda.
Después leí que el mismo Presidente Piñera le pidió a la ministra del Medio Ambiente que se reúna con la activista sueca Greta Thunberg en Nueva York para, entre otros asuntos, asegurar su presencia en Chile para la COP25. “¡Obvio que voy a Chile!”, ya dijo Greta. No con esas palabras, claro; la frase es una traducción libre mía al chileno peloláis.
Pero curioso tanto amiguismo.
¿Y luego el Presidente Emmanuel Macron le pide a Piñera que se convierta en el mediador entre las potencias y Brasil para permitir la ayuda internacional en el combate de los incendios forestales en la Amazonía, que constituyen una amenaza más al planeta?
¡Por Dios! Se me vinieron a la mente como una película en cámara rápida imágenes de su parque de conservación medioambiental de Tantauco, la amistad de Piñera con los Tompkins, su telefonazo para frenar el proyecto Barrancones en Punta Choros.
Todo calza, Pollo. En verdad, el Presidente Piñera es “verde”, y forma parte del mismo lote con Leonardo DiCaprio y Greta Thunberg.
Por eso asumió con tanto entusiasmo la tarea que le encargaron Macron y el G7. Y es bastante claro que le fue bien en eso. Logró aplacar a Bolsonaro, y la ayuda internacional fluirá hacia el Amazonas.
Pero tengo una pregunta: ¿Ustedes creen, con una mano en el corazón, que Piñera quedó feliz con el desenlace de este episodio?
Obviamente. Muy feliz.
Hay que reconocer que sus críticos han sido creativos para tratar de arruinarle el festejo. Alguno habló de improvisación, otro de que era riesgoso aparecer fotografiado con Bolsonaro, otro dijo que mejor se preocupara de los problemas internos, otro que era inadecuado dar señales a favor del intervencionismo de potencias extranjeras.
Pero, hablando en serio, si bien yo mismo fui crítico del famoso “ente” previsional que inventaron o de cómo encararon el tema de las famosas 40 horas laborales, en esta vuelta hay que asumir que el gobernante se anotó un poroto. Igual o más grande que el de los 33 mineros.