Ente, en el lenguaje común, es una persona sin mayores luces, de escasa inteligencia. La Real Academia Española es menos ofensiva. Define a los entes como sujetos ridículos. Es decir, objeto de burlas.
A muchos políticos les importa poco el lenguaje; son incontinentes, capaces de legislar cualquier cosa y definirlas a su amaño: pretenden crear un ente público, un ser superior, casi divino, con amplios poderes discrecionales para invertir, administrar y disponer de los ahorros personales para las pensiones.
Es otra versión del soberano y omnipresente Gran Hermano de Orwell. Terrible personaje ficticio encargado de cuidar y defender a los seres humanos, que les impone un control efectivo y total de sus actividades y propiedades.
Forzosamente, mes a mes, nos van a obligar a entregar un 4% de nuestras remuneraciones al ente que, además, se apropiará de otro 1%, o más, un impuesto encubierto, para redistribuirlo, según la fórmula que decida la sagrada mayoría de los legisladores.
Es la ola estatista que cree que los trabajadores son irresponsables, incapaces de decidir dónde ahorrar. Se les prohíbe seguir prefiriendo instituciones privadas, algunas ideológicamente satanizadas, aunque sean las elegidas por los ahorrantes.
Los ahorros así capturados pueden desaparecer o mal invertirse según los dictados del Gran Hermano, que no responde de pérdidas ni necesita consultar a los dueños. No rinde cuentas de nada y a nadie.
Según el lenguaje corriente, los entes humanos son objeto de descrédito. El ente estatal, en cambio, sería admirable, superdotado por obra y gracia de los parlamentarios, de una ley, de un acuerdo político. Quedará investido de atribuciones extractivas, de supuestas capacidades para garantizar la correcta administración de los fondos previsionales, con poderes omnímodos sobre ahorros indispensables en un período improductivo y vulnerable de la vida, en la jubilación.
El ente ridículo de la Real Academia puede causar risa. El ente orwelliano aterroriza, es voraz y temible: arranca la libertad, puede disponer y quedarse con parte de nuestros ahorros. Lamentable es que, algunos por inocencia, otros por ideología, prefieren y confían en el Gran Hermano y no en las personas.