Era difícil que tuviera otro final el segundo ciclo de Fernando Díaz en la banca de Unión Española. A partir de su cargo de gerente técnico, mientras Martín Palermo dirigía a los hispanos, siempre aspiró al lugar de su antecesor.
Un error grave. Su gestión al mando de los rojos careció de legitimidad y su nombre no solo quedó mal parado entre sus pares, sino también entre los aficionados y el medio futbolístico. Tanto así que los hinchas en Santa Laura, cuando la mano comenzó a torcerse y el entrenador sostenía su discurso en números discutibles y una realidad paralela, sin contemplar el juego como un factor relevante, no tuvieron piedad y ni siquiera recordaron el título del Apertura 2005.
En este mal paso no puede obviarse la responsabilidad de Jorge Segovia, el propietario del cuadro hispano. Nadie discute el aporte del empresario español para asumir en un momento crucial hace más de una década. Sin embargo, su derrotero a partir de las elecciones de la ANFP, que ganó y luego entregó, por una discusión estatutaria que desangró al fútbol local y permitió la llegada de Sergio Jadue al poder, lo arrastró a un estado de crispación reflejado en sus intervenciones en redes sociales.
En su cuenta de Twitter supimos el destino de Fernando Díaz. Antes del partido con O'Higgins escribió que no había paciencia para más empates y derrotas. Por eso, cuando Albert Acevedo clavó su cabezazo abajo, la leche estaba cocida.
En estos años, Segovia equivocó el camino. Apuntó a periodistas, a Harold Mayne-Nicholls y a todo aquel que osara cuestionarlo, disentir de sus decisiones en el club u opinara diferente. En muchas ocasiones, pareció que estaba enrabiado con Chile.
Un estado de ánimo permanente, que no registró a quienes lo llevaron a una aventura que representaba un costo gigante. El hincha y la opinión pública estiman, y no hay cómo sacarlos de esa creencia, que Segovia es el responsable de la partida de Marcelo Bielsa. Su triunfo en las elecciones de la ANFP en 2010 apuró el final del rosarino en Chile, pero en ese verano turbulento, con Jadue en la testera, hubo espacio y voluntad del adiestrador del Leeds de seguir en “Pinto Durán”. Segovia no entendió que con una vida breve en el fútbol no podía ni correspondía que manejara Quilín. Su aspiración, normal, debía esperar el minuto preciso.
Segovia nunca cargó con quienes lo usaron y dejaron caer sin el más mínimo pudor. Ellos son los culpables de la inquina que buena parte del mundo futbolero depositó en su figura.
Hoy batalla con los hinchas hispanos agrupados en la corporación. Ellos, con razón, sienten que el club al cual abrazaron por su sangre, sentido barrial o los gloriosos años setenta, es una imagen lejana de alguien que busca ponerlos debajo de la alfombra.
La imagen que dio Unión Española desde el papelón que implicó la salida de Palermo, con un gerente técnico que desplaza al entrenador de turno y un dueño omnipotente, es triste. Muy distante de ese emblema fundacional de nuestro fútbol, entrañable y querible, que tuvo al Nino Landa en la cancha y a Julio Martínez como banderas señeras de una pasión que ya cruzó el centenario.