En su anterior novela, Daniel Campusano exploraba el clima escolar y sus desafíos en un colegio de la zona poniente de Santiago y el título de aquella es citado en la primera línea de la presente con una leve variación: “No la vayas a soltar, Antonio”, le advierte al profesor de lenguaje la inspectora de enseñanza media, aludiendo a la alumna más conflictiva de uno de esos colegios del sector oriente en donde “no se decía ni se negaba” que “se solía matricular expulsados o repitentes de otros colegios del barrio”. El autor desarrolla, en ese marco, una trama de hilos familiares, de paternidades fallidas, de matrimonios ya torpedeados y al borde del naufragio, y también, cómo no, de la absurda malla de codificaciones y exigencias que buscan estandarizar la educación y castigar la toma de iniciativas. La gracia es que lo hace de manera indirecta, simplemente a través del relato de su relación con otros colegas. Uno le reprocha que use material que no está incluido en las planificaciones, porque queda como el profe buena onda y el resto como unos lateros. “La idea es que estemos todos alineados”. Y sus superiores le advierten que no toque temas políticos, porque “sabes que aquí les pica especialmente”, aunque ese hilo se muestra más bien en el recuento de casos de corrupción que Antonio cita al pasar y que afectan a algunos apoderados o parientes de los estudiantes; entre ellos, al abuelo de Agustina.
Y por ahí va la parte más interesante de la novela, la relación que Antonio establece con la estudiante que saca ronchas en el colegio, que se vale de su habilidad para descubrir datos y fotos en las redes sociales para implicar al profesor en su historia familiar, que no es sencilla; su padre biológico no es quien decía serlo (y que no vive con ella), y Antonio es quien tiene que conocerlo y contarle cómo es. Ese es el principio de una historia de relaciones complejas, en donde Antonio tiene una relación de amante con una apoderada, una de amistad con Agustina que rompe el molde de lo que se espera entre profesor y alumna, y otra de complicidad y de trabajo con el padre de la estudiante. Tanto Agustina como Maida, la apoderada, hablan de manera directa y huyen de la atenuación del castellano de Chile: francas y deslenguadas, complican a sus interlocutores por obligarlos a decir las cosas como son, en diálogos de una frescura y vivacidad poco habituales en la narrativa chilena, que reflejan también el quiebre, en la novela, de las líneas verticales y horizontales que rigen las relaciones sociales.
Daniel Campusano
La Pollera Ediciones, Santiago, 2019.
100 páginas.