Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), un actor en decadencia de las ya decadentes series de wésterns en televisión; Cliff Booth (Brad), doble y amigo de Rick, y por lo tanto, doblemente decadente, en franco riesgo de desempleo; y una fantasmagórica Sharon Tate (Margot Robbie), que solo importa porque su mansión de Cielo Drive es vecina con la de Rick (en esa mansión vecina, en agosto de 1969, hace exactamente 50 años, una pandilla dirigida por Charles Manson asesinó en una orgía de puñaladas a la esposa de Roman Polanski y a tres de sus amigos).
Estos son los protagonistas con los que Tarantino prepara su gran
potaje, sazonado con algo del fin de los años dorados de Hollywood y con mucho del cine industrial de tercera clase, como el
spaghetti western y las películas de Sergio Corbucci, Giorgio Ferroni, Antonio Margheriti y Joaquín Romero Marchent, según el particular canon de uno de los personajes.
Así que se trata de una película sobre los bordes, lo que no está en el centro y solo puede sobrevivir en la memoria de un niño impactado por esas películas. Fiel a su manera de entender la narrativa, Tarantino deambula, especula, puebla de personajes secundarios y de sucesos abigarrados para irse centrando en tres líneas alternas: la filmación de un
spaghetti western donde Rick se juega el resto de su carrera; el vagabundeo de Cliff por Los Angeles, que lo lleva al Rancho Spahn, donde viven los
hippies de “la familia” Manson; y el deambular de Sharon Tate, que entra a un cine donde se proyecta
Las demoledoras, la última película que filmó en Hollywood.
Y es también un cuento de niños, como lo sugiere su ambiguo título, a medio camino entre la fantasía infantil y la referencia a dos películas de Sergio Leone. Las cosas que ocurrieron en la historia real no suceden en la película, como ya ensayaba, con más atrevimiento,
Bastardos sin gloria. La operación de sustitución va acompañada de cierta tristeza, una manera astuta de sugerir que al reverso de todo está lo imposible, la tragedia inenarrable, lo que no va a suceder porque este es un cuento.
Tarantino no habla de la realidad, ni siquiera la de su propia película (un Rick Dalton llorón, un Cliff Booth matón, una Sharon Tate más bien estúpida, personajes descuidados allí donde pueda haberlos), sino del cine, el que vio y ha seguido viendo, el que admira por su manera descarada de manipular las emociones, el sangriento y estruendoso, el cine despreocupado de toda otra pretensión que no fuese la taquilla.
Con ello, habla una vez más de su propia infancia, de lo que le gustó y ha persistido en su memoria junto con los grandes clásicos —porque no tiene un pelo de tonto—, formando una idea apelmazada del cine, donde todo convive con todo. ¿Es tan interesante filmar cine sobre el cine? ¿Y es tan interesante la infancia congelada de un autor, cualquiera que sea?
Once Upon a Time... In HollywoodDirección: Quentin Tarantino.
Con: Leonardo DiCaprio, Brad Pitt, Margot Robbie, Al Pacino, Emile Hirsch, Austin Butler, Dakota Fanning.
161 minutos.