El viernes pasado, con el telenovelesco título “Pasión femenina”, el Departamento de Música de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile rescató a tres compositoras que la historia ha postergado. El recital se realizó en la Sala Isidora Zegers y los intérpretes fueron el violinista Rodolfo Mellado, el chelista Julio Barrios y la pianista Svetlana Kotova.
La alemana Clara Schumann (1819-1896), la rusa Leocadiya Kashperova (1872-1940) y la francesa Cécile Chaminade (1857-1944), han corrido distintas suertes en su valoración. En el caso de Clara Schumann, el extraordinario arte de su ejecución pianística veló sus notables aptitudes creativas y, además, vivió a la sombra de su marido, Robert. De la música de Kashperova (fue la profesora de piano de Stravinsky), no se sabía casi nada hasta que las investigaciones a partir de 2013, de Graham Griffiths, la revelaron como una autora de gran valía. Chaminade, fue más conocida como autora de piezas livianas y sus famosas “La lisonjera” y “Danza del chal”, eran caballitos de batalla en las tertulias de salón de comienzos del siglo XX.
De Clara Schumann, se oyeron “Tres Romanzas”, opus 22, para violín y piano. De sonoridad algo tímida, el violinista luchó contra el estruendo de un piano demasiado abierto para las condiciones acústicas del reducido espacio de la sala. En todo caso, fue un aperitivo amable para introducirnos en el lenguaje romántico que fue la tónica del concierto.
El punto alto de la jornada fue la “Sonata” opus 1 nº 2, para chelo y piano, de Kashperova, tanto por la indiscutible calidad de la obra como por la excelencia interpretativa del chelista Julio Barrios. De raigambre brahmsiana, el lenguaje de Kashperova voló alto y permitió apreciar su gran oficio, colocando a esta sonata en un lugar expectante ganándose el derecho a figurar permanentemente en el repertorio de la música de cámara.
Los tres instrumentistas se unieron al final en el “Trío” nº 2 opus 34, de Cécile Chaminade, que dejó en claro que la autora es mucho más que una compositora de piezas de salón. La versión fue exuberante y provocó un aplauso entusiasta.
A Schoenberg en alguna ocasión le preguntaron: “¿Es cierto que usted es un compositor do-de-ca-fó-ni-co”. A lo que respondió: “No. Yo soy un com-po-si-tor dodecafónico”. Es decir, la relevancia está en el aspecto creador y no en el método usado para componer. Parafraseando, en una hipotética respuesta cualquiera de las tres creadoras presentes en el programa podría haber puesto el énfasis en su condición de com-po-si-to-ras y no en su condición de mujer. Eso quedó ampliamente confirmado en este atractivo concierto.