Los empates no le sirven a la Universidad de Chile. Sumando paridades ha llegado a estar en el fondo de la tabla, y pese a un prolongado invicto, su presente es complicado. Sin embargo, las cuentas tras el uno a uno en el clásico son optimistas.
La escuadra de Caputto no sólo fue superior tácticamente, sino que se generó una cantidad de situaciones de gol que ponen en duda la solidez defensiva del campeón, que ha convertido a su portero Dituro en figura recurrente en la segunda rueda. Con oficio y una pelota detenida, los cruzados abrieron la cuenta y lanzaron un par de contragolpes en el primer período, pero desde el arranque los azules fueron superiores, gracias al eficiente trabajo de Moya y Espinoza en el mediocampo, al sacrificio de Benegas y Henríquez, más el acostumbrado adelantamiento de Rodríguez y Beausejour por las bandas.
Es verdad que el reproche constante durante el período de Kudelka y Arias fue que la U no convertía todo lo que se generaba, y que no fue capaz de traducir su dominio en triunfos. Pero esta vez el peso futbolístico no sólo obvió la diferencia de 24 puntos que hay en la tabla, sino que empalideció el trabajo del líder, que vio naufragar su mediocampo y debió recurrir a la poco estética y conservadora estrategia de ingresar a Fuentes en reemplazo de su centrodelantero, en un vano afán por restarle dominio al rival en la zona de creación.
No sólo no dio resultado, sino que acentuó los méritos del local, que se fue otra vez con gusto a poco. El problema de los azules es que los puntos no tienen ponderación, y en el balance sólo quedará la inasible sensación de superioridad en un partido que debió haber asegurado con creces. Al final de temporada, con la historia ya escrita, se sabrá si estos puntos perdidos provocan una herida mayor, o deben inscribirse en la bitácora de una temporada para el olvido.
Por lo pronto, ser superior al rival de mayor jerarquía que puede encontrar en el certamen le da un impulso anímico trascendente al equipo, que refuerza la ida de un plantel generoso muy mal administrado, y que no pudo resistir los vaivenes directivos. Pasado este trance, los azules podrían tener el impulso que hasta ahora ha faltado para salir del fondo.
Lo que no podrán olvidar es el peligro inminente de la violencia. Por segundo año consecutivo Azul Azul debe encarar un acto delictual que proviene del mismo club y que esta vez atenta contra un funcionario. Así como el baleo del CDA quedó sin culpables ni explicación, la amenaza contra Felipe De Pablo debería ser investigada por el mismo club para determinar sus responsables. No pueden olvidar que el dueño dejó la presidencia debido a amenazas en su contra, lo que se ha vuelto una peligrosa costumbre.
Eso es mucho más delicado que perder goles contados o convertir en figura al arquero del adversario cuando lo importante es ganar. Y no, como se decía en algún momento, a cualquier precio.