La asistente de mi dentista es venezolana. Le dicen “doctora”, y no es solo un gesto simpático. Ella trajo su título cuando emigró, como millones escapando del chavismo, y espera revalidarlo. Por mientras, observa el trabajo de su jefe y aprende a tratar a los pacientes chilenos, poco acostumbrados a su alegre estilo caribeño. No sabe cuánto se quedará, todo depende de si su país se normaliza, para lo cual debe “cesar la usurpación del gobierno”, como señalan los opositores, empeñados en sacar a Nicolás Maduro del poder.
Los venezolanos esperan que el régimen expire pronto; el cómo es la incógnita. Se han explorado tantas vías: el diálogo interno y con mediadores extranjeros; elecciones o boicot; presión internacional y sanciones. Hasta ahora, el régimen resiste y la oposición, que tuvo un punto altísimo en enero cuando nombraron a Juan Guaidó “Presidente encargado”, se desgasta y surgen desacuerdos. Eso es un riesgo, el apoyo externo depende de la capacidad para emerger como opción para “el día después”. Las divisiones juegan en contra.
Por mientras, las negociaciones en Barbados están paralizadas: los delegados de Maduro se retiraron en respuesta a las sanciones. Se amenaza con adelantar un año las elecciones para la Asamblea, en control de la oposición. El Grupo de Lima, en el que participa Chile, ha sido impotente para encontrar una salida, y parece ceder la iniciativa a EE.UU., que apuesta por acorralar a Maduro y apurar su desplome. Si los supuestos “contactos a alto nivel” con funcionarios “a espaldas de Maduro” tuvieron efecto, no lo sabremos hasta que se produzca un cambio. ¡Y quién sabe si ese cambio será pacífico o violento! Mike Pompeo, el secretario de Estado, dijo que una “acción militar es posible; si eso es lo que se requiere, es lo que hará EE.UU.”. ¿Pura retórica o parte de un plan determinado?
Washington explora invocar el TIAR —el tratado interamericano de asistencia recíproca de la Guerra Fría, pensado en su origen para una “agresión extrarregional”, o sea de la URSS, ampliado a una amenaza de cualquier Estado—, escasamente utilizado. Es una mala idea. Por muchas razones, el TIAR tiene “mala prensa”. Uno de sus fiascos fue cuando Argentina lo invocó para la guerra de las Malvinas (supuestamente, la agresión de una potencia extracontinental, Gran Bretaña). Washington priorizó su alianza en la OTAN.
Una intervención armada, aun en el marco del TIAR, sería repelida por el Ejército bolivariano, que ha demostrado una férrea unidad en torno a Maduro y Diosdado Cabello, conseguida mediante la persecución y purga de todo oficial o soldado “sospechoso”. Los militares fueron formados en Cuba, y siguen las fórmulas cubanas de control dentro de las FF.AA. Con un Ejército de ese tipo, con oficiales del alto mando acusados de vínculos con el narcotráfico y de crímenes de lesa humanidad, se ve difícil una rendición incondicional. Sería necesaria una amnistía que la oposición no aceptaría.
Más vale seguir los caminos políticos y diplomáticos. Rusia y China podrían ayudar, si quisieran. Pero como está el panorama, el pronto regreso de la “doctora” a su país no se ve muy promisorio.