A Pedro Cedillo, presidente de Everton de Viña del Mar y a comienzos de agosto, lo amenazaron de muerte. Incluso descubrieron figuras de paja y tela, colgadas boca abajo, y una careta con el rostro del mexicano. La advertencia fue para él y para otros.
Hace unos días, a un gerente de Azul Azul, el ingeniero Felipe de Pablo, lo atacaron en la casa de sus padres, nada menos; destrozaron el auto, huyeron como lo que son y dejaron una corona de flores como presentación y fúnebre aviso.
El viernes recién pasado, Santiago Rebolledo, alcalde de La Cisterna, también sufrió lo mismo: amenazas de muerte.
En el gran espectáculo del fútbol, en su historia, por la cultura del deporte y por la pasión que despierta, en ese territorio sin límites, existe caldo y cocimiento para almas negras, que son gente de brebajes malos, aguas sucias, lava del fútbol, barro espeso y pantanoso.
Es el fanatismo disfrazado de sentimientos y esto vale para el blanco, azul, oro y cielo y los colores que sean.
Es la intolerancia que se camufla con el cariño absoluto por un equipo.
Es el ocio y la ignorancia, probablemente.
Es también la persona que reduce su devoción, enceguece su fervor y se convierte en lo peor: alguien menguante, vulgar, odioso, violento.
Es la persona de raciocino limitado a la que apenas le cabe un equipo en la cabeza: el propio y no hay más horizonte. Una idea tosca y pesada como piedra, sin más cruces ni competencia ni conexiones, sin rivales pares y sin la eterna compañía de los compatriotas que siguen a otras enseñas y clubes.
Es el que no tiene nada más que pensar y el golpe en el yunque único lo convierte en un ser tribal, primitivo y cavernario.
Es el que pone la mano para la limosna y luego la empuña para la traición.
Es el que agrede al rival y queda salivando de felicidad.
Es el que cuando va con muchos clama por cruzada y guerra santa, pero cuando va solo, en cambio, se muda, disimula, pide disculpas y se esconde.
Es el que se ve normal, pero se transforma y aúlla con la manada, porque aunque no hay luna llena, sale el bruto, el cruel, el lobo.
Es Jekyll y es Hyde, es hincha y es monstruo.
El agente secreto James Bond, en una ocasión incómoda, porque era Auric Goldfinger el que hablaba, se enteró de un dicho que circulaba por el viejo Chicago, el de la prohibición, el crimen y la ciudad peligrosa: “La primera vez es casualidad, la segunda coincidencia, la tercera enemigo en acción”.
La conclusión no espera y es inevitable: hay un enemigo entre nosotros.