Otro aporte de Interdram a la cartelera local aún más sustancioso que su debut con “El efecto” en 2016, ahora “Los cristianos” —de Lucas Hnath, uno de los dramaturgos estadounidenses más brillantes surgidos en el último lustro— se ubica como una apuesta de calibre mayor dentro de la magra temporada actual. Aborda un tema que figura muy de tarde en tarde en la ficción, y que por lo demás se asoma rara vez en nuestras conversaciones pese a su importancia y a que nos atañe profundamente, también a los no creyentes: la cuestión de la fe.
Está visto que este colectivo gusta elegir contenidos desafiantes. Estrenado en Off Broadway en 2015, es el Opus 11 de un autor hoy de 40 años proclive a ofrecer propuestas remecedoras. Hnath, quien de joven quiso ser predicador, ambienta su relato en una concurrida congregación evangélica, en un país que tiene una vasta tradición en cultos comunitarios.
Convierte a todo el teatro en el salón de una iglesia a cuyo oficio asistimos desde la platea. Lo que incluye un coro que canta muy bien himnos inspiradores. Primero escuchamos el sermón del carismático pastor Paul. Él eligió este día especial, en el que la iglesia tras 20 años de crecimiento terminó de pagar la edificación de su templo, para compartir con sus hermanos que tuvo una revelación: sentado en el inodoro (por qué no) reflexionó sobre un caso real que supo y Dios le habló para decirle que el Diablo no existe. Plantea que el infierno está en la Tierra y el Paraíso se abre a todos los buenos, incluso no creyentes, lo que demuestra con citas bíblicas. Esa idea innovadora de una iglesia verdaderamente universal y un Dios que acoge en vez de castigar, provoca un grave cisma en la feligresía. Hay apasionados debates con el pastor asociado, el superior, una madre devota y su propia esposa que colabora con él en la tarea evangelizadora. Los personajes hablan mayormente con micrófono en mano, sugiriendo que su discurso tiene un alcance público, y a veces Paul relata los dichos de sus interlocutores.
Absorbente y colmada de estímulos emocionales e intelectuales, la obra nos habla de la fe y sus nexos con el poder y el dinero, aludiendo al problema del manejo de los credos religiosos como empresas lucrativas. Claro que la coyuntura —la aguda crisis moral que quebró la credibilidad de las iglesias— y las mismas notas de prensa, hacen que el espectador siga la entrega con cierta suspicacia y distancia irónica, y eso tiende a desviar el foco.
Hasta que uno percibe que en esta obra no hay sátira. Estos personajes parecen honestamente preocupados por la vida eterna y por la salvación de sus almas, la propia y las de su prójimo. El tema de fondo aquí es el complejo misterio de la fe, la convicción absoluta en algo que no requiere demostración, enraizada en las vivencias personales más profundas, y que puede unir a otros en forma estrecha y también separar drásticamente de quienes argumentan en contrario. Abre la duda de si el hombre necesita de la amenaza de un castigo para ser bueno, y recuerda que los textos sagrados pueden ser interpretados —y manipulados— de modo distinto para probar posturas diversas. En un sentido amplio puede ser entendida como una exploración sobre cómo evolucionan los enfoques y se producen los cambios de opinión más allá de la esfera religiosa.
Dirigida por Ana López Montaner como todas las obras del grupo, la puesta está resuelta con competencia apoyándose en un dotado elenco que se desempeña con verdad y vehemencia.
Teatro Mori Bellavista. Viernes y sábado, a las 20:30 horas. Domingo, a las 19:30. Hasta el 15 de septiembre.