Esta primera novela de la escritora argentina Luciana Sousa parece jugar sobre el filo de dos conceptos muy de moda, la repetición y la diferencia. Repetición, porque el escenario de esta novela parece tan familiar: un pequeño pueblo al borde del camino de la pampa —en el campo, esa idea que la protagonista no logra asir debidamente, y que a ella solo le parece “un desierto de tierra”—, donde todo parece discurrir por los viejos caminos de la costumbre hasta que una pequeña variación remueve el polvo de la superficie. Y diferencia, por la apuesta de Sousa y su intento de renovar en viejos tópicos a través de la protagonista, de quien no sabemos el nombre, pero sí que tiene siete meses de embarazo y que trabaja en una estación de servicio donde paran camioneros, turistas y gente del pueblo, Luro, donde todavía es sagrada la hora de la siesta. La voz medida de la narradora, que nunca carga las tintas, y la presentación de los personajes solo a través de lo que ella ve y cuenta, deja mucho espacio para que el lector rellene las zonas que el relato deja en blanco y complete así esas biografías que se recortan de manera nueva sobre un fondo reconocible.
La autora abusa, en alguna medida, del uso del punto seguido, lo que hace más lento el flujo de la escritura; pero su estilo es a la vez transparente, fluido y adecuado al material narrativo que acarrea, la rutina y sus excepciones. A través de la protagonista, Sousa dibuja un pequeño universo donde una arrolladora marea de langostas no es estrictamente una novedad, sino una repetición que molesta y daña, pero no asombra; y donde la aparición de un negro, un negro de verdad negro, trastoca las rutinas en nombre de lo inesperado. Ella, la embarazada, deja entrever también otros órdenes consagrados, como el abuso y la prepotencia de la autoridad; el borde de miseria que se adivina entre el polvo y las milanesas, y su contracara, la solidaridad que parece brotar naturalmente y que se hace explícita solo cuando es imprescindible hacerlo; y la permanente vigencia de ese sueño de la provincia, emigrar a la ciudad, cambiar, romper el circuito, asomarse a otra vida en otro espacio. Aunque un personaje afirme que la ciudad “es un lugar, como tantos otros, como este pueblo. ¿Cómo se formó este pueblo? Con gente que vivía aún más aislada, y decidió juntarse”, ese señuelo de maravillas es el espejo deformado en que se mira Luro.
Luciana Sousa
Tusquets, Buenos Aires, 2018. 118 páginas.