Pareciera que no fuese necesario porque se supone que es algo inherente a la persona que compite. Pero es un hecho que incluso a nivel profesional, un deportista requiere de motivación para agregarle ese plus que se necesita al trabajo técnico y físico para alcanzar un objetivo.
Fue cosa de ver a los deportistas chilenos en los Panamericanos de Lima para entender de qué hablamos.
En el fútbol, que es una actividad en la que conviven diferentes personalidades, el líder del equipo, es decir, el entrenador, debe tener la capacidad de que esa diversidad se convierta en una fuerza colectiva para conseguir el triunfo.
No es tarea fácil. No sirve que un DT solo le dé una palmadita cariñosa a sus jugadores antes de entrar a la cancha ni tampoco hablarles de la humildad como factor relevante. El jefe técnico debe identificar las fortalezas y debilidades de sus dirigidos; saber cómo reaccionan ante ciertos estímulos que incluso los pueden llevar al estrés, y reunir las diferentes potencialidades para que ellas sean capaces de convertirse en el motor que ponga en marcha su idea de juego.
La tarea es dura y por eso, más allá de las técnicas básicas de motivación, como poner trozos de películas que se supone enervan el deseo de triunfo ante la adversidad (“Rocky”, “Corazón Valiente” y “Un domingo cualquiera” son las “clásicas” quer más se utilizan) o llenar el vestuario con fotos, saludos de la familia o generar cadenas de wasap con videos… lo importante es que se apliquen técnicas adecuadas. En lo posible profesionales. Por eso es que un sicólogo deportivo debe ser parte permanente de cualquier staff técnico.
Estos aspectos parecen no ser siempre tenidos en cuenta por los directores técnicos nacionales que habitualmente creen que la motivación es solo interna (un jugador debe encontrar su propio acicate) o externa (la fama y el dinero deberían, por sí solos, aumentar el deseo de ganar). Y en realidad son ambas. Y alguien debe canalizarlas: el jefe.
El tema cae de maduro cuando uno ve a directores técnicos como Mario Salas (Colo Colo) y Fernando Díaz (Unión Española), viviendo claramente una crisis motivacional interna en sus planteles, y que repercute en el rendimiento deportivo.
Como casi todos los entrenadores albos, Salas piensa que los jugadores por el hecho de vestir la camiseta blanca deben jugar a su máximo. Por ello, más que una cercanía con los jugadores (el DT admitió casi con orgullo que “nunca he sido amigo de mis futbolistas”); lo que él ve como estimulación extra son las arengas del tipo rugby o de sentimiento mapuche y los gritos de ánimo al borde de la cancha. Demasiado básico e insuficiente para un equipo en el que abundan las personalidades individualistas y egocéntricas.
En Unión, Díaz tampoco parece tener esa conexión sicológica con sus pupilos, lo que impide que ellos se muestren motivados. El DT hispano expone como gran idea un sistema y pretende que sus jugadores sean eficaces a él. No los anima a desordenarse un poco, a buscar alternativas, a liberar sus propias energías para conseguir el objetivo. Poco y nada de motivación.
No es un tema menor.