Si la milésima parte de lo que Moisés Naím relata en
Dos espías en Caracas, su primera novela, fuese cierto, la crisis venezolana sería tan profunda e insondable y cubriría un período tan amplio —prácticamente 30 años— que a menos que ocurriera un milagro, no se divisa una solución cercana a las tribulaciones de ese país. Si lo que se narra en ese libro correspondiera, al menos en parte, a la verdad, el Informe Bachelet sobre la situación de los derechos humanos en la nación sudamericana equivale al cuento de la Caperucita Roja en comparación con los hechos descritos por Naím. Por último, si hay alguien calificado para publicar un volumen sobre lo que hoy pasa en Venezuela, ese alguien es Moisés Naím, quien posee un extenso currículo como académico, periodista, ministro y otras actividades relacionadas con la historia de su patria.
En
Dos espías en Caracas utiliza el procedimiento de la narrativa policial y en concreto la variante del
thriller o intriga de suspenso. Y hace bien, porque este género literario le permite combinar realidad y ficción, gente de carne y hueso con personajes que podrían ser imaginarios; no obstante, por más que nos cueste creer en la verosimilitud de numerosos episodios, quedamos con la poderosa impresión de que lo que se nos cuenta, es en términos generales, verídico y, por lo mismo, terrible. El pretexto para dar inicio a la compleja trama consiste en la intervención protagónica de tres actores: Cristina Garza, agente de la CIA; Iván Rincón, funcionario de los servicios de seguridad cubanos, y Mónica Parker, la periodista televisiva más destacada de los medios caraqueños. Hay muchos más, por lo que resulta imposible enumerarlos. Cristina, provista de un pasaporte con otro nombre, es destinada a construir una red de colaboradores en la capital venezolana a raíz del fallido golpe de Estado dirigido por Hugo Chávez en 1992, si bien su principal objetivo es neutralizar a Iván. Este último persigue lo mismo, claro que bajo las órdenes de la policía castrista. Y Mónica cubre las noticias como nadie y se halla entre las primeras opositoras abiertas al chavismo. Las carreras del trío se entrecruzan, hay romances de por medio y al final todo termina mal ya que es imposible entablar relaciones normales con seres cuya identidad se desconoce.
Con todo, la figura central, el héroe que opaca al extenso reparto de
Dos espías en Caracas es el carismático, extravagante, impredecible y fascinante Hugo Chávez y seguimos su trayectoria desde el intento por derrocar al Presidente constitucional, Carlos Andrés Pérez, en 1992, nos internamos en el proceso eleccionario que lo llevó a la primera magistratura en 1996, asistimos a las reelecciones de 2000, 2006 y 2012 y llegamos hasta su fallecimiento en 2013, cuando, instigado por su mentor, Fidel Castro, designa como sucesor a Nicolás Maduro. La información que Naím posee es apabullante, devastadora y parece no admitir contradicciones. Con todo, hay dos vertientes principales que le interesan a lo largo del curso que tomó la vida de Chávez: la personal y la política.
Con respecto a la primera, muy al comienzo, el líder populista se nos presenta como un ser humano accesible, simpático, un hijo del pueblo dispuesto a escuchar a quien se le acerque y sobre todo, muy original, como quedó demostrado en el programa radial “Aló, Presidente”, en el que hablaba por horas de horas, a veces días completos. Pero estos rasgos, digamos, curiosos, luego dan lugar a una megalomanía rampante, a un narcisismo desbocado, a una volubilidad inconcebible. En cuanto a lo que se refiere a su privacidad, Chávez dejaba mucho que desear: adúltero consumado, acosador de cuanta mujer bonita veía, rabioso con quien no estuviera de acuerdo con él, desubicado en toda clase de situaciones de la convivencia, ignorante en reglas mínimas de conducta, el primer mandatario pronto pasó a convertirse en un bufón que hacia cosas sin ton ni son o ese es el juicio que nos proporciona Naím, quien para resumir, presenta el retrato de un dirigente totalmente incapacitado para gobernar y una persona sin los mínimos atributos para vincularse con los demás.
En cuanto al aspecto político, Naím no dice nada nuevo acerca del Movimiento Bolivariano, salvo destacar la inviabilidad de una corriente que puso todo patas arriba en gran medida debido a una mescolanza ideológica patriotera, sentimental y en extremo primitiva que caracterizó al pensamiento de Chávez. Lo nuevo, lo absolutamente nuevo de
Dos espías en Caracas es la exposición de la corrupción desatada que habría mostrado el régimen desde sus mismos inicios: narcotráfico a escalas inimaginables; destrucción de las empresas públicas y privadas mediante sobornos y extorsión; crimen organizado a niveles gigantescos; ejercicio del poder y las influencias personales como nunca antes se había visto; estafas; defraudaciones; cohecho y suma y sigue. Es posible que Naím cometa numerosas exageraciones o caiga en inexactitudes, aun cuando al finalizar la lectura de este texto, quedamos con una sensación muy amarga. Por cierto, estamos frente a una narración inaugural, por lo que son inevitables algunos defectos de estilo, una tendencia a caer en el lugar común fácil, cierto infantilismo y otras fallas, mayores y menores. Aun así, es preciso agradecer que el autor solo se ocupe del auge y caída de Chávez, sin llegar al presente. De lo contrario,
Dos espías en Caracas sería insoportable.