¿Qué bicho le habrá picado a Luc Besson para excitar su entusiasmo por las mujeres asesinas? Desde
Nikita, al comenzar los 90, ha acumulado una pequeña colección —
Angel-A,
Lucy,
Anna— en la que, vista bajo estos ojos, entra hasta su desorbitada
Juana de Arco. Después de Anne Parillaud, se ha tratado siempre de mujeres del tipo eslavo: Milla Jovovich, Rie Rasmussen, Scarlett Johansson, Sasha Luss.
Las historias pueden diferir, pero el patrón es más o menos el mismo. En
Anna (Sasha Luss), una joven rusa es reclutada por la KGB —ahora se llama FSB, aunque da igual— aprovechando una mancha en su pasado, para seguir un año de instrucción militar y cuatro de servicio operativo. Anna entra, sin saberlo, a una guerra mortal con la CIA, porque unos años antes, en 1985, el líder de la KGB, Vassiliev (Eric Gordon), ha montado una masacre contra sus agentes en Moscú.
Anna queda bajo la supervisión de Olga (Helen Mirren), la número dos de la KGB, cuya cerval desconfianza la convierte en su verdadera némesis. Trabajando con una cobertura como modelo en París, Anna inicia un romance con Maud (Lera Abova), pero sus relaciones resultarán más abiertas y volátiles de lo que en principio parecen. Es, pues, una película de antagonismos femeninos.
Hay varias decenas de muertes en el ir y venir de Anna entre la KGB y la CIA. Todos son hombres y solo unos pocos caen solos. En algún rincón del inconsciente de Besson se aloja cierto gusto con los homicidios andrófobos y colectivos, ejecutados con destreza deportiva, al modo de
Kill Bill o de su propia
Nikita. Estos crímenes no importan nada porque no funcionan como tales: son artefactos, efectos especiales, ficción en su sentido más pobre.
La referencia a
Kill Bill no es aislada.
Anna es la película más tarantinesca de Besson. Su relato está construido con esas artimañas narrativas del tipo “tres años antes”, que no solo quiebran la linealidad temporal, sino que sobre todo modifican los supuestos de lo que hemos visto antes o veremos después. Es una triquiñuela que convierte a la trama en un rompecabezas. Tarantino ha llegado a ser el epítome de esta forma de construir la narración, aunque sus raíces se pueden buscar hasta el Kubrick de
Casta de malditos, allá por los 50.
En otras palabras, Besson vuelve a copiar ya no solo de sí mismo, sino de materiales que están cerca de la obsolescencia. Lo que posiblemente pervive de su estilo es su manera de estilizar las ciudades (por ejemplo, el recorrido por una galería de Milán), que las eleva casi al rango de abstracciones, paisajes imaginados pero altamente elaborados. No basta, pero eso es todo.
AnnaDirección: Luc Besson.
Con: Sasha Luss, Helen Mirren, Luke Evans, Cillian Murphy.
119 minutos.