En su tercer ciclo de presentaciones tras su debut en enero, “Lear, el rey y su doble” confirma ser una de las pocas propuestas sustanciosas en esta temporada teatral harto escuálida. No es irreprochable, pero ofrece una interesante reescritura de una de las tragedias mayores de William Shakespeare (que data de 1606) por la dramaturga Flavia Radrigán, puesta en escena con estilizada belleza por Jesús Urqueta, apoyándose en una poderosa actuación protagónica de Francisco Reyes.
Aquí Shakespeare provee solo la idea básica, pues la autora se adueña del personaje y su destino para darle un enfoque propio. Requiere por cierto de un espectador que conozca el original y pueda establecer las analogías y distancias con él. Aún no siendo así, queda claro que el relato trata acerca de un viejo rey que enloqueció con el poder absoluto que detenta, traspasa sus propios límites y comete incesto contra su hija menor, la única sin codicia, a la cual finalmente destruye.
Esta historia de senilidad y abuso impune de poder se presenta como un desvarío del monarca al borde de su muerte, que se llena de ecos y remordimientos de un pasado que ya no es posible borrar. Su único interlocutor, su bufón, es primero su criado y cuidador que lo asea y viste, y después actúa como su conciencia que lo insta a reconocer sus crímenes (tal vez simboliza también la voz del pueblo sometido).
En paralelo corre una lectura más personal que busca exorcizar los fantasmas, dudas y renuncios, de la autora y del reconocido dramaturgo Juan Radrigán, su progenitor que recuperó, luego fue su maestro y acompañó hasta su muerte. Hay estrechos vínculos entre esta pieza y “Ricardo III, el príncipe contrahecho”, obra póstuma del Premio Nacional fallecido en 2016. Concebidos y gestados al unísono, ambos son textos de fuerte carga poética y tono caviloso que dialogan entre sí proponiendo epílogos imaginarios de tragedias de Shakespeare mientras reflexionan sobre el poder y tocan aristas íntimas de quienes los escribieron.
De las varias obras que en dos décadas le hemos visto a Radrigán (55 años), este nos parece su texto más logrado y atrapante. O es que quizás tuvo la suerte de toparse con el director capaz de hacerlo relucir. Aciertos tales como “Prefiero que me coman los perros” o “Arpeggione” ya demostraron que Urqueta alcanzó su madurez como director, aunque todavía tiende a engolosinarse con algunos efectos suyos (por ejemplo, el excesivamente extenso prólogo sin palabras). En cambio musicaliza notablemente. El doble que anuncia el título se revela como un segundo rol bastante deslavado, ya sea porque el texto lo descuidó, por los cortes o bien debido a los recursos de su ejecutante (o todas esas razones juntas).
Con todo lo vibrante de la actuación de Reyes, su desempeño en el último tramo (de los 65 minutos que dura la entrega) resulta francamente estremecedor. Lo que sumado a la música incidental —la sobrecogedora Marcha para las exequias de la Reina María, de Henry Purcell (1695)— hace que la obra culmine en un punto de máxima intensidad (con un texto, además, sin desenlace ni clímax). Su remate es tan grandioso que uno termina por dispensar los fallos previos.
Teatro Mori Recoleta. Jueves a sábado, a las 21:00 horas. Hasta el 31 de agosto.