Por eso es que la aseveración del Señor resulta una clave maestra para ‘leer' nuestra vida: “donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Lc 12, 34). Donde tengo puesta mi mirada y mi corazón es a donde me muevo y es lo que me motiva a perseverar. Sin embargo, a veces no resulta del todo fácil distinguirlo porque el legítimo progreso económico, el éxito profesional, los viajes, los bienes o tantas cosas copan nuestra mirada y parecieran llenar nuestro corazón siendo verdaderos ‘becerros de oro'.
Eso hace que trabajemos en exceso, que vivamos descentrados, que estemos engolosinados en los placeres y que, tantas veces, nos salgamos del ‘eje' de la vida, que debería ser Cristo, para adentrarnos en una verdadera ‘carrera' que nos deja insatisfechos.
En esta búsqueda del verdadero tesoro, sin duda, hemos experimentado momentos de especial cercanía con el Señor como, por ejemplo, cuando enfrentamos situaciones de dolor o incertidumbre, que nos hacen ser más fervorosos. Ahí hay claridad del norte a seguir. Pero también hemos experimentado que cuando pasa el tiempo de tensión se debilita enormemente la actitud de vigilia y de fidelidad, llevándonos a una vida progresivamente relajada que, mas que preocupada de ‘buscar el tesoro', vive enredada en el metro cuadrado de la cotidianidad. Se nos olvida que el tesoro inagotable está en el cielo y descuidamos la persistencia necesaria para la búsqueda de Dios.
El problema descrito no solo asola a los adultos, sino también a muchos jóvenes profesionales que comprenden su vida como una verdadera carrera para conseguir pronto una seguridad económica y donde la aproximación a Dios se hace cada vez más esporádica y, por qué no decirlo, cuando ocurre está marcada por episodios de inseguridad: enfermedades, fracasos, situaciones de incertidumbre, dolores difíciles de abordar. Este modo de vivir descentra porque hace consagrar la vida a los tesoros que se extinguen: al trabajo desmesurado, a conseguir bienes materiales, a títulos universitarios y, en general, al confort propio de una sociedad llena de necesidades innecesarias.
En ningún caso esto quiere decir, de por si, que el trabajo bien hecho o el éxito profesional sean enemigos de la fe o causa de un enfriamiento del corazón religioso, pero pueden serlo cuando nos hacen incapaces de mirar la hondura de la vida y comprender que antes de construir para arriba hemos de tener y trabajar todos los días para cavar los buenos cimientos.
Ciertamente esto no implica vivir despreocupados del futuro asumiendo una actitud irresponsable o no valorar suficientemente el trabajo o el desarrollo personal y familiar, o no aspirar a estudiar más, a hacer posgrados o a desarrollar una carrera fecunda. El punto medular es comprender que todo esto está al servicio de un fin mayor que es el mismo Señor, quien es el verdadero tesoro. Cuando vivimos asustados por el futuro y concentrados en las falsas seguridades, claramente Dios tiene menos espacio porque todo está orientado a la seguridad presente y a hacer tesoros las cosas que no lo son.
La conclusión es clara: nuestro tesoro es Cristo y todo lo demás será valioso si nos acerca a Él.
“Vendan lo que ahora tienen, y denlo como limosna. Consíganse bolsas que no se hagan viejas, y háganse en los cielos un tesoro que no se agote. Allí no entran los ladrones, ni carcome la polilla.Porque donde ustedes tengan su tesoro, allí también estará su corazón”.
(San Lucas, 33-34)