Las sirenas son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su gran belleza y la dulzura de su canto. La leyenda dice que entonaban melodías insinuantes que guiaban a los marineros hacia zonas rocosas de la costa donde encallaban y eran devorados por estas ninfas pisciformes.
Esta semana vi a varios parlamentarios de Chile Vamos maniobrando hacia el acantilado embobados por los cantos de la sirena Camila. Pero más que hombres de mar, parecían perros en bote. Con la razón embriagada, sacándose
selfies con la sirena, después de apoyar su proyecto de ley para reducir la jornada laboral de los chilenos a 40 horas semanales.
Esa iniciativa contradecía la ley que proponía el Gobierno, que si bien incorporaba una posible reducción de jornadas laborales, mantenía el umbral de las 45 horas, pero privilegiando el principio de la flexibilidad. Eso evitaba los efectos colaterales negativos de la propuesta de la diputada comunista, porque no aumentaba los costos para los empleadores y prevenía el aumento de la cesantía.
Pero no hubo caso. Por más que se les explicó a los parlamentarios oficialistas que el proyecto del Gobierno era mucho mejor que el de Camila, el hechizo de la diputada fue superior a todo. Fue un verdadero canto de sirena.
Para Freud, las sirenas significan el cruce entre la belleza y el peligro. Pero nuestros diputados/marineros seguramente no leyeron a Freud. Y se dejaron seducir por los cantos de sirena.
Hans Christian Andersen escribió la mejor de todas las historias de sirenas: “La sirenita”, que luego Disney llevó al cine. El elemento esencial de la trama es que la protagonista se enamora de una persona que no es de su especie. Y entonces está dispuesta a hacer el sacrificio de renunciar a su mitad pez para poder estar con su amado. Pierde su voz maravillosa, su idílica vida bajo el mar y, en cambio, debe acostumbrarse a usar un par de piernas para vivir la pedestre existencia de los humanos.
Pero en nuestra historia chilena la cosa es al revés. Fueron los diputados/marineros los que renunciaron a ser lo que son para irse con la sirena. No les quedó más que convertirse en peces. Resbaladizos, huidizos, inasibles para el Gobierno. No hubo anzuelo capaz de atraerlos para sacarlos de la marejada que armaron.
El problema es que arrastraron con ellos al Gobierno. Y todos terminaron bailando al ritmo del canto de la sirena. El jueves, el ministro Monckeberg anunció que el Gobierno ajustaría su proyecto para llegar a 41 horas semanales de trabajo. Dicen que el olor a pescado se percibía desde lejos.
Impresionante.
Es un
déjà vu. La misma sirena que le estropeó la hoja de ruta al gobierno Piñera 1 en su segundo año de mandato, con el movimiento estudiantil (que ofrecía educación gratis para todos y para siempre, como si fuese publicidad de teléfono celular), ahora vuelve a enredar a Piñera 2 en su segundo año de mandato, ofreciendo trabajar mucho menos por el mismo sueldo (“obtén el doble gigas y minutos libres por la misma plata”).
Y yo que pensaba que en momentos de crisis económica mundial, cuando nos golpea una tormenta, había que trabajar más y no menos. Tendré que ir al otorrino, porque el canto de la sirena o no lo escucho o me suena desafinado.