La chica y su hermana llegan a una enorme mansión donde se celebra un “retiro de silencio” solo para mujeres. Ya sentadas en la sala de meditación, escuchan a lo lejos una voz masculina lanzando un insulto tras otro; ella se levanta, sale del cuarto y camina sigilosa hasta el otro lado del edificio, guiada por los ruidos hacia otro salón; una vez ahí, asoma la cabeza por la puerta y los ve: una docena de hombres sentados aullando, en pleno “retiro de gritos”. Así que las mujeres meditan y los hombres se descargan. Ellos la miran de vuelta. Salvo por los garabatos, nadie dice nada. Nadie le habla, tampoco. Ella solo gira la cabeza y mira a la cámara. Nos mira y sonríe, cómplice.
Es solo un breve e incómodo momento, uno de los muchos que depara “Fleabag”, serie británica que BBC estrenó tímidamente allá por 2016 y que hoy, a tres meses del debut de su segunda y última temporada, es celebrada como una de las joyas cómicas de esta era, mientras su creadora, la actriz y dramaturga Phoebe Waller-Bridge, va camino de convertirse en la primera mujer guionista de los filmes de James Bond.
Cómo saldrá librada de tamaño encargo es un misterio, pero uno que en el fondo carece de interés: para todos los efectos, Waller-Bridge ya se ganó un espacio en el folclor de estos días con su fascinante retrato de esta londinense, soltera de treinta y pocos, que lucha por mantener su paz mental, su vida familiar y por conseguir que su negocio (un café al que nadie entra) siga a flote en una Inglaterra que marcha inexorable hacia el despeñadero, poniendo la cara al viento, alternando franqueza y desenfado, traspasando una y otra vez la línea que la separa del resto, la muralla que ella, los otros y nosotros vamos levantando de forma imperceptible, conforme avanzamos por la adultez y derecho al cementerio.
Aunque en los doce capítulos nadie se refiere a la protagonista por su nombre, su autora —quien además se hace cargo del papel— sí le asigna uno: Fleabag. Literalmente “bolsa de pulgas”, una chiquilla “pulgosa”, un atado de problemas, alguien tan pícaro como trágico; un ser construido no a partir de sus deseos, sino de sus grietas y fisuras. De ahí que resulte tan difícil compararla con otros arquetipos femeninos de la TV del pasado —como las mujeres de “Friends”, “Sex and the City” o “Desperate Housewives”—, más pendientes de sus propias neurosis que de dialogar con las del resto. Tal como ocurre con programas recientes como “Better Things” o “Broad City”, donde las miradas entre mujer y mundo son pura horizontalidad, Waller-Bridge claramente va tras una presa mayor: hay que verla en acción para entender que sus verdaderos antecesores, sus parientes cercanos, son los personajes de Joyce, Dickens, Thackeray y Swift; una extensa caterva de inolvidables monstruos y antihéroes, rebosantes de humanidad y ávidos por ver reflejada en el otro su condición, atroz o sublime. De ahí que Fleabag despliegue la suya, por lo alto y lo bajo, ante la sorpresa y el horror de familia, parejas y amigos; nada aquí es sagrado —ni lenguaje, finanzas, valores, vida sexual o vida privada— y ella lo hace evidente en un constante ir y venir con la cámara, rompiendo la cuarta pared, pero no al confiado estilo de Kevin Spacey en “House of Cards”, sino con la deslenguada ironía de Michael Caine en “Alfie” (1966), a sabiendas que no hay logro ni gloria mundana que valga atrapar entre las manos.
Fleabag
Escrita, dirigida y protagonizada por Phoebe Waller-Bridge
Inglaterra, 2016 y 2019, 12 episodios.
Disponible en Amazon Prime Video