Según Roberto Bolaño, hay dos grandes vertientes en la narrativa estadounidense. Una la abrió Herman Melville con
Moby Dick, y conduce a la exploración del mal; la otra se inicia con Mark Twain, quien es “la llave de la aventura o de la felicidad”. Su amplísimo legado sigue vigente hoy, tanto en clásicos como
Las aventuras de Tom Sawyer o
Las aventuras de Huckleberry Finn como en su literatura satírica, libros de viajes, crítica literaria y relatos humorísticos. Y aunque aquí se trata de tres textos sobre la lengua alemana, también se puede inscribir en esa última veta. Twain, como lo cuenta el traductor y autor del prólogo, René Olivares, mantuvo una estrecha relación con el alemán desde pequeño e hizo varios intentos de aprender aquella lengua, todos infructuosos. De ahí el título del artículo principal y del libro, que refleja, con humor e indudable cariño, su apreciación del alemán y de las dificultades que encuentra todo aprendiz extranjero que pretenda dominarlo. Es previsible que se queje de las declinaciones, frecuentemente señaladas como uno de los grandes problemas para los estudiantes, pero Twain tiene una larga lista de quejas.
El género, por ejemplo, que ejemplifica con una cómica traducción literal de un cuento, donde se pueden leer frases como “Lo pobre Pescadera, ello se atascó rápido en el Fango. Ello ha tirado su Canasta de Pescados y sus manos han sido cortadas por las Escamas cuando ello agarró alguna de las caídas criaturas”. En el prontuario del alemán también están las palabras de múltiples significados (según el autor, basta con
schlag,
zug y also para hacer un largo discurso), el uso indiscriminado de los paréntesis y frases subordinadas (que el traductor resume en “cláusulas” que torturan al lector con “ataques de distemper”) en enormes párrafos donde el verbo —¡otra gran queja!— está al final, y la frecuencia y extensión de palabras compuestas. Respecto de ellas, Twain sostiene que “la comida intelectual es como cualquier otra. Es más agradable y más beneficioso tomarla con una cuchara que con una pala”. Culmina con el reconocimiento de las virtudes del alemán —que algunas tiene— y con una delirante lista de reformas para facilitar su aprendizaje. El libro es muy interesante —además de divertido— porque abre puertas insólitas respecto de la conciencia de la lengua y de los problemas de la traducción, ya sea en un simple diálogo o en textos literarios, y confirma, en un ámbito inesperado, que el filo del humor de Twain no afloja con los años.
MARK TWAIN
La Pollera Ediciones, Santiago, 2019. 82 páginas.